La madurez de las 'startups'
Atrás queda aquella fascinación por unos jóvenes talentosos que podían acumular fortunas inmensas en unos pocos años, así como la errónea idea dominante de que lo digital iba a arrasar con todo lo conocido hasta el momento
Jordi Alberich
Economista
Hace un año se aprobó la Ley de fomento del ecosistema de empresas emergentes, más conocida como ley de 'start-ups'. Una iniciativa con que flexibilizar trámites para la creación e inversión en empresas de base tecnológica, mejorar su fiscalidad y reforzar su atractivo para el inversor. Con ello se pretendía asimilar nuestro marco jurídico al de la mayoría de países europeos, consolidando así la destacada posición de España para atraer y estimular a jovenes emprendedores nacionales y extranjeros.
La aplicación de la ley ha coincidido con el súbito y agudo período inflacionario que ha impactado directamente en los inversores especializados, dificultando el acceso de las 'start-ups' a sus fuentes tradicionales de financiación. Por ello, el año transcurrido no puede servir de referencia precisa para evaluar la bondad de la ley, pero todo apunta a que la competitividad digital de nuestro país, sustentada en la calidad de vida y la suficiencia de su red de centros universitarios y tecnológicos, se ha visto fortalecida.
La ley nos alcanza en un momento en que el sector digital va encontrando su lugar en el mundo. Atrás queda aquella fascinación por unos jóvenes talentosos que podían acumular fortunas inmensas en unos pocos años, así como la errónea idea dominante de que lo digital iba a arrasar con todo lo conocido hasta el momento. No ha sido así, y lo digital convive y se refuerza con lo tradicional; ejemplo de ello lo tenemos en nuestro robustecido sector agrícola, que no pocos consideraban prácticamente en vías de extinción.
Las 'start-ups' requieren de aquella buena regulación que les permita consolidarse como un sector dinámico y con personalidad propia; les acompañe en el tránsito de iniciativa digital a empresa tecnológica; les estimule a arraigar en nuestro país; y les convierta en un instrumento al servicio de la competitividad de la economía en general, especialmente de ese tupido tejido de pymes que son las que sustentan el empleo.
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