Limón & vinagre

Alejandro Sanz, con razón ‘partío’

Se debería recordar al artista que nadie entra en X para brindarle ayuda, sino para testimoniar su desfallecimiento morboso

Alejandro Sanz, ni magno ni rebelde

Alejandro Sanz, primeras palabras tras la visita de dos inspectores de Hacienda en su hotel

Alejandro Sanz

Alejandro Sanz / ROCÍO RUZ / EUROPA PRESS

Matías Vallés

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Alejandro Sanz se cambiaría ahora mismo por cualquiera de nosotros; es imposible concebir una mayor degradación de un mito. En mayo sometió su autodiagnóstico a las redes. «No estoy bien. No sé si esto sirve de algo pero quiero decirlo». El cantante no estaba hablando solo, porque hasta 20 millones de personas comparten su cuenta en Twitter (después llamada X).

Cuando empecé a vigilar los mensajes de Sanz, éramos 5.000 personas atrapadas en la mañana de un festivo, y solo en mi caso por un encomiable sentido del deber. El artista está con razón 'partío', entre millones de curiosos de su actividad y sobre todo de su intimidad. Es preferible hallarse solo en la tierra antes que llevar colgada tamaña cifra de impertinentes.

Si los adeptos que devoran cada latido de Sanz aportaran diez céntimos per cápita, saldarían la reclamación de tres millones de euros por parte de Hacienda, que constituye la estación más reciente en el viacrucis de este adolescente envejecido por encima de sus posibilidades. Sin embargo, se fomenta aquí el error de presuponer que los fanáticos a quienes nunca se llamará carroñeros le siguen para sostenerle. En realidad, solo buscan una silla de 'ring' desde donde contemplar cómo se bate a brazo 'partío'. Prefieren verle sufrir.

Escuchas a Alejandro Sanz cuando deseas una vida y una música sin riesgos. La voz cascada de fábrica ha impedido que también se le acuse de erosión en la expresión de sus sentimientos, a resumir en solo medio verso de Miguel Hernández: «Una mujer morena, resuelta en luna». El resto es palabrería. En todo caso, la recomendación consiste en escuchar al cantante sin contaminarse por la descacharrante visualización de sus canciones, solo justificable desde el primitivismo videográfico. Un 'youtube' de Sanz es como un Almodóvar donde todo ha salido mal.

El divo cumple con la norma de no simplificar el veredicto a sus millones de devotos. Un mes después de transmitir su decaimiento, ahondaba oracular en la inminencia y la intimidad de la derrota. «No es tan fácil elegir porque la mente nos pide rendirnos pero el corazón quiere seguir latiendo». Sin comas, para espolear el caletre del lector. Se debería recordar de nuevo al artista que nadie entra en X para brindarle ayuda, sino para testimoniar su desfallecimiento morboso. Yo vi derrumbarse en directo al gran Alejandro Sanz.

Cuesta prestar atención a este madrileño, a quien un extranjero asociaría con un andaluz inequívoco, por el mero trámite de escucharle una canción en el ascensor. Sin embargo, la escritura se condensa en la aparición de «falsos amigos», y Alejandro Sanz se me aparece de repente como un hermano gemelo del actor Jorge Sanz. Nacieron a menos de un año de distancia de los sesenta en la misma capital. La conexión fisonómica es evidente, y el que parecía más inexpugnable de ambos se desliza ahora por la pendiente de las confesiones con un trasfondo inquietante.

Si 20 millones de personas se sintieran implicadas con cada uno de nuestros pasos, enloqueceríamos a la fuerza. Cuando son los multimillonarios quienes demandan ayuda, «no estoy bien», el mundo está muy averiado. El secreto del juglar consiste en aparentar y apacentar los sentimientos, pero los desahogos de Alejandro Sanz suenan demasiado falsos para ser inventados.

Todos los melódicos españoles son hijos artísticos de Julio Iglesias. En la caída de los vástagos, «la mente nos pide rendirnos», se demuestra la inteligencia de un patriarca que solo fingía tomarse en serio. Y sobre todo, que desconfiaba ciegamente de sus fans. Hay una estafa de mayor calibre que la inteligencia emocional, y es la fama emocional, la ficción de que los seguidores te quieren realmente.

Las estrellas estrelladas son norma antes que excepción. Su hundimiento requiere el procedimiento infalible de elevarlos a los cielos, y exigirles simultáneamente que mantengan los pies en la tierra. Su suerte estará echada en cuanto acepten la masa crítica, y 100.000 seguidores en X sean más importantes que la experiencia compartida junto a Marc Anthony o Shakira.

Ni un solo español puede alegar que desconoce a Alejandro Sanz, y cada parroquiano tiene derecho a reinterpretarlo. Al artista le queda el 'partío' de vuelta, y la constatación de que su oficio tampoco es para tanto. Bob Dylan le pregunta a Leonard Cohen:

-¿Cuánto tiempo tardaste en componer 'Hallelujah'?

-Tres años, Bob. ¿Y tú en escribir esa canción tuya que tanto me gusta?

-45 minutos.

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