Trabajo
Conxita Folguera / Laura Lamolla

Conxita Folguera / Laura Lamolla

Conxita Folguera es profesora del departamento de Dirección de Personas y Organización de Esade y Laura Lamolla, profesora de la UOC i colaboradora de Esade

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Reducción horaria: buscando la cifra mágica

La crianza, la atención a los mayores, la salud y la democracia reclaman replantear la jornada laboral

Así es la jornada laboral en el resto de Europa: cuántas horas trabajan en cada país

El experimento de València para probar la jornada laboral de 4 días consigue un notable alto del 65% de los ciudadanos

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La discusión sobre la duración del tiempo de trabajo es recurrente. Cada vez que algún cambio o disrupción tecnológica nos promete un gran impacto en la productividad, resurgen los sueños y promesas del fin del trabajo. En 2007, la Organización Internacional del Trabajo (ILO) publicó un estudio exhaustivo sobre la duración de la jornada laboral en los siglos XIX y XX ('Working Time Around the World'). El estudio mostraba, en la legislación de los diferentes países, que la duración se redujo de manera consistente desde el siglo XIX y durante todo el XX, con momentos clave en que se daban saltos significativos en esta reducción.

A pesar de que las prácticas reales pueden distar de lo marcado por la legislación, sin negar la realidad del trabajo realizado más allá de las horas realmente contratadas, los datos aportados sugieren que esta tendencia a la baja se ha dado de una manera continuada hasta estabilizarse. Un informe reciente de la ILO (2022) indica que la jornada laboral se ha estabilizado alrededor de las 38 horas en Europa y Asia Central. En aquellos países donde la reducción ha sido mayor, se ha situado alrededor de las 35 horas. Datos de la Comisión Europea indican una media de 37,5 horas en la UE, siendo las más bajas en Holanda (33,2), Alemania (35,3) y Dinamarca (35,4).

Deberíamos preguntarnos dónde y por qué establecer la cifra mágica de lo que se considera la jornada laboral adecuada en unas sociedades –las contemporáneas– que no tienen nada que ver con aquellas en las que la jornada de 40 horas podía tener algún sentido; donde los roles de género, familiares y los valores individuales han variado; donde la idea del 'trabajador ideal' –concepto creado por la socióloga americana Joan Acker, a principios de los 90, para poner en evidencia la disponibilidad completa que las empresas esperaban (¿esperan?) de sus trabajadores– ya no se aguanta en ninguna parte.

En las últimas dos décadas, con la excepción francesa de la ley Aubry de las 35 horas, los debates se han centrado más en la conciliación de trabajo y vida que en la reducción del tiempo de trabajo. La experiencia del teletrabajo, forzada en todo el mundo por el covid-19, ha sido un gran experimento sociológico que nos ha permitido constatar las limitaciones del teletrabajo para lograr este equilibrio, y también las consecuencias negativas que puede llevar, en términos de intensificación del ritmo de trabajo y estrés, entre otros.

Pues sí, la reducción del tiempo de trabajo es el único camino si queremos abordar los problemas en su complejidad. La crianza de los hijos y la educación piden tiempo. La atención a las personas mayores pide tiempo; la salud y el bienestar de todos nosotros nos reclaman socialización y tener una vida personal, rica y saludable; preservar la democracia en las sociedades pide tener una vida cívica y una cultural activa, entre otras muchas actividades personales que reclaman tiempos.

La reducción de las horas de trabajo no solo tendría que entrar en debate. Tendría que ser un objetivo. Convertirla en objetivo permitiría pensar en cómo lograrlo, en el diálogo social necesario y en el horizonte temporal –seguramente largo– para lograrlo. Un camino que hay que iniciar si queremos llegar a él algún día.