Conflictos armados

Volver al campo de batalla

Dado que pedir que cesen las guerras es una quimera, al menos deberíamos exigir que se dirimieran lejos de los núcleos urbanos

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Un joven palestino traslada a un niño herido en un área bombardeada del campo de refugiados de Rafah, en la Franja de Gaza

Un joven palestino traslada a un niño herido en un área bombardeada del campo de refugiados de Rafah, en la Franja de Gaza / MOHAMMED ABED / AFP

Carles Sans

Carles Sans

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La historia de la humanidad está repleta de constantes conflictos bélicos que han ido modificando su curso. No ha habido un solo momento en que no hayamos estado en guerra en algún lugar del planeta. El ser humano está en permanente conflicto debido al instinto de protección frente a las amenazas, pero también por avaricia, por anhelar lo que cree que le pertenece. Sería imposible establecer el número de muertes causadas por las guerras desde que tenemos conocimiento de ellas. Es incalculable el número de millones de personas que habrán perdido la vida en los innumerables combates que se han desplegado a lo largo de nuestra historia. Tan incalculable como aterradora lo sería la cifra de la devastación de pueblos, ciudades, infraestructuras y edificios que habrán sido arruinados a causa de las bombas.

En la actualidad hay en el mundo 34 conflictos armados, y es terrible ver en televisión las imágenes de destrucción que causan. Construcciones enteras son arrasadas en un segundo al impacto de las bombas. Jordi Martí, recién nombrado secretario de Estado de Cultura, comenta que bombardear una ciudad debiera considerarse un crimen de guerra. Y estoy de acuerdo con él. Hasta la Primera Guerra Mundial las batallas se llevaban a cabo en campos, fuera de las ciudades. Los cañones se disponían en batería para lanzar los proyectiles sobre las filas enemigas; y las guerras se componían de batallas que se desplegaban lejos de las poblaciones. Bombardear edificios civiles es una práctica devastadora y relativamente moderna. Ahora caen viviendas y mueren enterrados en sus ruinas civiles inocentes y desaparece entre los escombros una enorme cantidad de patrimonio histórico.

Dado que pedir que cesen las guerras es una quimera, al menos deberíamos exigir que se dirimieran en campos, como antiguamente, alejados de los núcleos urbanos, donde en teoría deberían refugiarse la población civil y no la militar, aunque ya sé que dicha exigencia es de una abrumadora ingenuidad que me ruboriza dejarla por escrito. Sin embargo, como dijo el humorista y escritor Noel Clarasó, "los humoristas y los filósofos dicen muchas tonterías, aunque los filósofos las dicen sin querer y los humoristas no".

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