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PISA: la constatación de un fracaso

El suspenso educativo empuja a dedicar más recursos a los centros, pero también a reflexionar sobre el modelo

Informe PISA: Catalunya registra resultados "catastróficos" y se sitúa a la cola de España

Todos los gráficos para entender el descalabro del informe PISA 2022

Aula de ESO de un instituto catalán, el curso pasado.

Aula de ESO de un instituto catalán, el curso pasado. / ZOWY VOETEN

Cuando salió el informe PISA 2018, EL PERIÓDICO reflexionó, en un editorial, que el empeoramiento general no debía tomarse "como un fracaso irremediable, pero sí como un serio aviso, en especial por lo que hace referencia a la evolución futura de las pruebas". Cuatro años después, una vez hecho público el informe correspondiente a 2022 (retardado un año a causa de la pandemia), los datos que facilita la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) a partir de las pruebas efectuadas en jóvenes de entre 15 y 16 años (4º de ESO), son más que preocupantes, son, a estas alturas, más que un "serio aviso". Son la constatación, ahora sí, de un fracaso escolar sin precedentes.

Porque la lectura del informe PISA, más allá de la fotografía del momento, que certifica un descenso notable a nivel global, debe interpretarse en función de la evolución de los últimos años. Podríamos estar de acuerdo en que determinadas circunstancias puntuales inciden en el resultado final, pero lo que es constatable (y no admite excusas) es que la trayectoria de los últimos 10 años es notablemente descendente. En una década, los estudiantes de Catalunya han perdido un curso en matemáticas (24 puntos), casi dos en comprensión lectora (38 puntos) y prácticamente uno en ciencias (15 puntos). Mientras el conjunto de España se mantiene, a grandes rasgos, en la media de la OCDE (con una bajada generalizada en conocimientos), Catalunya registra una puntuación que algunos expertos no han dudado en calificar de "catastrófica".

La primera reacción de la Generalitat fue achacar las cifras a una "sobrerrepresentación del alumnado inmigrante", aunque poco después el president Pere Aragonès reconoció que el informe PISA "es malo, sin excusas". Siendo cierto que los alumnos de origen extranjero han aumentado en los últimos 10 años (de un 12% a un 24%) y que, en este sentido, es constatable la brecha social que se establece entre los jóvenes procedentes de familias vulnerables y los que gozan de un estatus más favorable (el informe establece la grieta en la pérdida de dos cursos entre el alumnado nativo y el inmigrante), también es verdad que los resultados son tan contundentes que nos obligan a una reflexión que no solo ha de tener en cuenta unas desigualdades que se amplían con el tiempo, referidas asimismo a la comparación entre centros públicos y privados, sino también el modelo de aprendizaje que se ha estado implantando en el entorno educativo a partir del enfoque competencial y de innovaciones pedagógicas que priman las competencias sobre los contenidos.

Para revertir la situación convienen no solo inversiones en proyectos y planes de mejora, que ya se llevan a cabo, medidas para tratar la complejidad de los centros y evitar la segregación o un seguimiento efectivo de la responsabilidad de los docentes (con medidas que no solo aseguren la estabilización sino también una mayor dotación de recursos y un descenso de la ratio por aula), sino profundas reformas estructurales, que han de incluir un replanteamiento del sistema educativo, sin intromisiones partidistas, con el objetivo capital de que el fracaso ahora constatado sea en el futuro remediable. La situación viene de lejos, no hay un único responsable al que atribuir los malos resultados de PISA. Convendrá, eso sí, que la reversión en positivo sea fruto de un diálogo entre todos, fuerzas políticas y comunidad educativa.