Liddell y la catarsis
La dramaturga de Figueres es capaz de convertir la traición, el abandono, la pena más intensa y personal, en un rito colectivo
Angélica Liddell triunfa con 'Vudú' aliada con el diablo
Angélica Liddell: "No hubiera sobrevivido al dolor sin la ayuda del diablo"
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"Vudú", el nuevo espectáculo de Angélica Liddell / Luca del Pia
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Josep Maria Fonalleras
Escritor
Angélica Liddell nació en Figueres y vivió allí siete años. Su padre, Anastasio González, era militar de carrera y estaba destinado en la base de San Climent Sescebes. Quizás estos orígenes tengan que ver con su talante. Pero nadie la conoce como González, sino por el nombre artístico, extraído de las aventuras de Alicia (Liddell, se llamaba la niña) en el país de las maravillas.
La dramaturga, poeta, actriz (y unas cuantas cosas más) afirma que la relación más intensa que tuvo con la capital del Alt Empordà es que fue bautizada en la misma pila que Salvador Dalí. "Algo debió pasar ese día". Como si se transmitiera una especie de aura artística. De hecho, ella lo relaciona con que Dalí se escarificaba y que ella también lo ha hecho un montón de veces. "No es nada patológico, sino una mezcla de vivencia personal y de elección estética". Debo aclarar que escarificar (o escarificarse, para ser más precisos) consiste en practicar pequeñas incisiones en la piel con una cuchilla o un bisturí y que también es hacer surcos en la tierra que ayudan, después, a labrarla. Angélica Liddell, en varios de sus espectáculos extremos, ha practicado esta autolesión, pero en el último montaje, 'Vudú (3318) Blixen', estrenado en el Temporada Alta y que se representará pronto en Madrid, ha optado por lo que podríamos llamar una escarificación conceptual, metafórica. Es decir, se ha abierto en canal, no literalmente, pero sí con elevadas dosis de dolor íntimo, un grito que proviene de las profundidades y que nos habla del amor, de la piedad y de la muerte.
Liddell, que ha sido criticada, alabada, admirada e idolatrada, y también rechazada y despreciada, debe ser en estos momentos la creadora española con mayor proyección internacional. Y no solo por unas ejecuciones artísticas que han sido calificadas de "mística salvaje" o de "trabajos hasta la exasperación", sino porque es capaz de convertir la traición, el abandono, la pena más intensa y personal, en un rito colectivo, un "sacrificio estético" que bebe de las fuentes clásicas.
Aristóteles, en su 'Poética', decía que el poeta debía conseguir que el espectador de la tragedia experimente empatía y compasión ante el sufrimiento del personaje y también terror por su experiencia. Estos elementos, combinados, derivan hacia la catarsis, la purificación. Así vivían los griegos el espectáculo. "Elaborar una ceremonia –dice Liddell– que permita transformar lo incurable en algo bello". Incisiones en la tierra, surcos en la piel. La emoción de lo que es a la vez terrible y fructífero.
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