Limón & vinagre
Josep Cuní

Josep Cuní

Periodista.

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Carles Puigdemont: la parábola del elegido

El reto del expresident es consolidarse como el referente que él mismo se ha diseñado durante la larga espera

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El expresident Carles Puigdemont, este jueves desde Bruselas tras la firma del pacto con el PSOE.

El expresident Carles Puigdemont, este jueves desde Bruselas tras la firma del pacto con el PSOE. / EFE

A Moisés nos lo representan Miguel Ángel y Charlton Heston con cuatro siglos de diferencia. Aun así, se parecen. Y ya sabemos qué suponen y cómo influyen una figuración escultórica y un relato cinematográfico para asimilar lo que otros concretaron por nosotros. La fuerza artística convertida en correa de transmisión.

En uno de los inicios del 'procés' –noviembre de 2012–, los asesores de Artur Mas quisieron mitificar al líder y, bajo el lema de 'La voluntat d’un poble', lo expusieron públicamente en un cartel parejo al de 'Los diez mandamientos'. Los chistes y las caricaturas no se hicieron esperar, y se aprovechó para recordar que el profeta de referencia observó la tierra prometida, pero no pudo entrar en ella. La posterior noche electoral remató las esperanzas rebajando en 12 el número de diputados de CiU. 

Un lustro más tarde, el elegido que, tras convocar una consulta sobre la independencia de Catalunya, fue enviado a la papelera de la historia, volvió a señalar el camino hacia Canaán. Sus fieles se subieron al monte para vislumbrar el horizonte de la esperanza marcado por un referéndum tan exitoso en la participación como dramático en su desarrollo. El Estado lo consideró ilegal, empezaron la intervención, la persecución, el llanto y el crujir de dientes. Le siguieron cárcel, huidas, resistencia y persistencia. Y mientras los impasibles esperaban en la atalaya imaginada henchidos de orgullo e historia, una niebla constante les impidió atisbar la panorámica deseada. Así pasaron seis años hasta que este jueves se les instó a regresar al valle de lágrimas que deseaban no volver a pisar.

Vuelta al realismo

Carles Puigdemont Casamajó (Amer, Girona, 29 de diciembre de 1962) ha vuelto al realismo. Los últimos y negativos resultados electorales de su formación mutaron en necesidad que los socialistas convirtieron en virtud. Y así es como, una vez más, el independentismo aplaza su calendario, repliega sus fuerzas, revisa su estrategia y se convierte en la fuerza que va a salvar a la España de la que quieren marcharse de la ira ya descontrolada de una derecha nostálgica y una ultraderecha irredenta.

Claro que, a cambio, han conseguido contrapartidas que les permiten justificarse ante los suyos con argumentos prácticos envueltos en relatos épicos. Pero leídos los acuerdos con detalle, nadie puede negar las concesiones secesionistas basadas en su aceptación del marco legal que vulneraron porque ni les defendía ni les representaba.  

El reto del expresident es conseguir que la obligada ley de amnistía no deje a ninguno de sus soldados por el camino. La propuesta, aún por conocer, fue el campo de batalla de una negociación ardua que siempre se quiso exitosa. La habilidad de resumir en el texto consensuado las diferencias existentes para derivarlas en voluntad de diálogo y negociación devuelve a la mesa a quien se negaba a sentarse en ella y espera hoy el reparto del menú acordado. Sin plazos concretos, y supervisándolo quien sea capaz de mediar entre la voluntad de autodeterminación y la legalidad vigente, el énfasis en marcharse y el deseo de retenerles. En definitiva, entre la ilusión y el realismo. 

En ese mientras tanto, el reto de Puigdemont es consolidarse como el referente que él mismo se ha diseñado durante la larga espera. Y asumiendo, de pasada, que a pesar de confiar en él, Yahvé castigó a Moisés.

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