Décima avenida

El día siguiente de la investidura

Una medida como la amnistía debería haberse madurado durante la legislatura, como los indultos y la reforma de la sedición

JUNTS

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Joan Cañete Bayle

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Existe en la política española una pulsión a darle la razón a Jordi Pujol, que hizo de la asociación a Catalunya de su figura y su partido un pilar de su hegemonía política. Catalunya era Pujol, Pujol era Convergència y, por tanto, Convergència era Catalunya en una suerte de santa Trinidad que aspiraba a silogismo aristotélico. Negociar con Convergència era negociar con Catalunya, y así se lo tomaron tanto el PP de José María Aznar en el pacto del Majestic como el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero en la negociación final del Estatut.  

De la misma forma, el pacto de investidura entre el PSOE de Pedro Sánchez y los posconvergentes de Junts se presenta por muchos como una oportunidad de primer orden, un reencuentro histórico y el regreso a la política del actor que nunca debió abandonarla, los herederos de aquella Convergència que en mala hora primero se echó al monte y después implosionó. Incluso sus detractores regalan a Junts y a Carles Puigdemont su aura trinitaria con el enorme ruido desatado por el acuerdo. Les duele la amnistía en sí y que se haya rehabilitado la figura política de quien consideran un prófugo de la justicia y un golpista, pero preocupa aún más que esta vez el PSOE ha cerrado un acuerdo que resucita al que creen que es el actor esencial de la política catalana.

En la legislatura pasada, Pedro Sánchez negoció y acordó con ERC los indultos, la Mesa de Diálogo y la reforma del delito de sedición y malversación. La negociación se llevó a cabo sin Junts, que hizo lo que pudo para deslegitimarla, si no boicotearla. En términos institucionales y de pesos electorales, la Generalitat está en manos de ERC, el PSC es el partido más votado de Catalunya y el 23J Junts fue la quinta fuerza en votos. La amnistía y el acuerdo entre PSOE y Junts llegan por una geometría parlamentaria muy concreta y en un terreno político trabajado durante años sin los neoconvergentes. Y por un acuerdo de investidura, lo cual le da un aire a pura transacción coyuntural entre dos formaciones con "profundas discrepancias" y "desconfianzas mutuas".

La amnistía puede ser defendible y conveniente, pero es un error vincularla a siete escaños en una investidura. Una medida de este calado debería haberse madurado durante una legislatura. En términos catalanes, convierte el acuerdo no en un nuevo principio tras enterrar ahora sí el ‘procés’, sino en un punto y aparte en el que el independentismo que representa Junts sale reforzado en su narrativa, su visión de Catalunya, del 1-O y de España. La amnistía puede ser un trampolín del que saltar con nuevos bríos porque el Gobierno de Pedro Sánchez ha admitido por ejemplo el lawfare y la necesidad de un mediador, es decir, asume un marco mental del que anteayer renegaba. Se impone el relato de Junts, y en el mundo binario del independentismo, pierde el de ERC. Pero en términos catalanes, también es derrotado el del PSC: Junts es Catalunya, o al menos sin Junts no hay Catalunya. No es aventurado pensar que a partir de ahora la escalada de reivindicaciones aumente, no que amaine, y que regrese el ‘chicken game’ independentista.

De la misma forma, visto desde la derecha y una parte no menospreciable de la izquierda española, el carácter transaccional de la amnistía a cambio de siete escaños hace muy difícil su explicación. Las manifestaciones de ultraderechistas en Ferraz no deberían llevar a engaño: la oposición a la amnistía per se y/o acordada de esta forma no es exclusiva de neofranquistas, sino que se extiende por amplias capas de la sociedad española. Los indultos y las reformas de la pasada legislatura fueron decisiones acertadas que rebajaron la tensión en Catalunya y canalizaron políticamente el conflicto. De la amnistía solo se prevé ruido y furia durante mucho tiempo.

Sabemos lo que sucede con el independentismo catalán cuando del otro lado del Ebro llega ruido y furia, la famosa máquina de independentistas. También sabemos lo que ocurre en el resto de España cuando el independentismo entra en modo suflé: el “a por ellos”, mutado ahora en el aznarista "el que pueda hacer, que haga, el que pueda aportar, que aporte, el que se pueda mover, que se mueva". Tal vez, por querer enterrar el ‘procés’ (Félix Bolaños dixit) lo acabarán reanimando por 7 escaños.  

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