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Emma Riverola

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Escritora

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Manuel Barbero: el hombre que rasgó el silencio

Como tantos padres, confió la formación de su hijo a una escuela religiosa. Quería asegurarse un buen nivel académico y una educación en valores. Lo que se encontró fue una organización que amparaba la pederastia

'Caso Maristas': Benítez ya está entre rejas, el resto de pederastas jamás serán juzgados

El Defensor del Pueblo presenta en el Congreso su informe sobre los abusos en la Iglesia

Manuel Barbero, el padre del primer denunciante con el que arrancó el 'Caso Maristas'.

Manuel Barbero, el padre del primer denunciante con el que arrancó el 'Caso Maristas'. / ZOWY VOETEN

“No llores. Me tienes a mí. Tienes al papa” … así empezó todo. La pesadilla, y la lucha. La sombra, y el estilete que la rasgó. Esta historia de héroes y supervivientes, de monstruos y cómplices empieza la Navidad de 2013, cuando Toni se atreve a confesar a sus padres el motivo de su encierro: un profesor ha estado abusado de él. El empeño de su padre en la denuncia de la agresión dio el pistoletazo de salida al 'Caso Maristas', la investigación periodística de EL PERIÓDICO que acabó haciendo aflorar 51 denuncias policiales contra 18 docentes, en diferentes centros escolares de la misma orden. Por primera vez en este país, se ponía el foco en la pederastia en los centros escolares religiosos. Desde entonces, las investigaciones periodísticas se han multiplicado y, con ellas, la sociedad ha evolucionado y las instituciones se han comprometido en su combate. El reciente informe del Defensor del Pueblo sobre los abusos sexuales es demoledor. La Conferencia Episcopal Española admite el daño cometido, pero sigue resistiéndose a comprometerse plenamente con la reparación de las víctimas.

Pero volvamos al inicio de esta historia. Toni, un chaval que había sufrido 'bullying' en la escuela, no quiere volver al centro, se encierra en su habitación, se oculta en una capa cada vez más gruesa de silencio. La madre, desesperada, le lanza un ultimátum, o le cuenta lo que ocurre o lo echa de casa. La amenaza surte efecto, el hijo le escribe por wasap: “El profesor de gimnasia abusó de mí”. Una frase lapidaria que resonó como un eco en su padre.

Porque esta historia, igual que hunde sus raíces en tantos niños y niñas abusados a lo largo de décadas bajo total impunidad, también hizo revivir a Manuel Barbero (Motril, 1971) un episodio que había mantenido oculto. Cuando tenía once años, jugando con su hermano gemelo cerca de casa, apareció un hombre con un camión y dijo que uno de los dos tenía que entrar. Él fue el que subió. Él fue el agredido. Y él fue el que salió llorando. Calló, sabía que nadie de su entorno lo entendería. Y siguió callado hasta la confesión de Toni.

Barbero quiso que su hijo recibiera el apoyo que él nunca tuvo en su niñez, y se propuso llegar hasta el final del asunto. La decisión que tomó ese día dio un giro total a su existencia. La denuncia particular acabó convirtiéndose en la causa de su vida. Mans Petites es la fundación que ha creado para la prevención de los abusos a menores y su protección. Sin desfallecer, sigue golpeando un muro en el que ya se dibujan las grietas. Pero no siempre fue así.

Después de varios encuentros, de muchas palabras y de escaso compromiso por parte de los Maristas, Barbero imprimió unos carteles y los colgó por las proximidades del centro escolar. Unos simples folios en los que aparecía la cara y el nombre de Joaquín Benítez, el hombre que había agredido a su hijo, cuatro líneas explicativas y un email abierto a las denuncias: abusosmaristas@gmail.com. Los carteles apenas estuvieron seis horas colgados, alguien se apresuró a quitarlos, pero fue suficiente. EL PERIÓDICO arrancó la investigación, consiguió la confesión de Benítez y ahí empezó todo. Los casos emergieron.

Benítez y Barbero. Uno, el agresor de Toni. Otro, su protector. Dos hombres que, sorprendentemente, coinciden en algunos aspectos de su biografía. Ambos se criaron en familias numerosas (8 hermanos), muy humildes y con graves carencias afectivas. El alcoholismo marcó la vida de los padres de ambos. Los dos tenían hermanos gemelos y ambos sufrieron abusos de niño. Hubo un día en que la vida de ambos estuvo a punto de cruzarse trágicamente. Barbero quiso matar a Benítez. La familia estaba pasando unos días en un camping y él debía regresar al trabajo. Cogió el coche, pero no se detuvo en su destino. Siguió conduciendo hacia el norte y se plantó ante el domicilio de Benítez. Esperaría hasta que este saliera. En el maletero llevaba una pala. Por fortuna, el tiempo jugó a favor de la razón. Barbero se alejó de lugar y siguió el combate contra la pederastia. En noviembre del año pasado, Benítez entró en prisión.

Barbero, como tantos padres, confió la formación de su hijo a una escuela religiosa. Quería asegurarse un buen nivel académico y una educación en valores. Lo que se encontró -lo que encontraron- fue una organización que amparaba la pederastia. Han pasado diez años desde aquella Navidad. Toni descubrió que no estaba solo. El silencio se ha roto definitivamente.

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