Al otro lado de la puerta entreabierta
Cristina Fernández Cubas, premio Nacional de las Letras
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Llevar un diario resulta gratificante. La práctica convierte el magma en un simulacro de unidad e instaura la impresión de que algún fragmento de vida queda ahí atrapado, como una sepia en una nasa de pescar. Pero a veces el hábito se antoja artificioso. Por ejemplo, cuando se trata de verter en las páginas un estallido de júbilo, ¿qué pones? ¿Bum? ¿Pumba? ¡Toma ya! Optas al final por una línea que de tan escueta parece acatarrada: «El Nacional de las Letras, para Cristina Fernández Cubas. Alegría máxima».
Fue en la mañana del jueves cuando el ministro Iceta le comunicó la concesión del premio en reconocimiento a su trayectoria, llamada que sorprendió a la escritora barcelonesa, autora de algunos de los mejores cuentos y ‘nouvelles’ de la literatura española contemporánea, en pijama y escribiendo. Que se hunda el mundo, pero que te pille escribiendo.
Tal vez la primera Fernández Cubas fue la narradora oral, la que hila un caudal de historias, tal y como lo hacía 'Totó', la niñera que cuidaba de ella y sus hermanas en la casa de Arenys, un caudal de aventuras y relatos desgranados en las tardes de invierno junto a la salamandra del piso de arriba. Resulta un placer escucharla hablar de relojes, ánimas del purgatorio, fronteras, transatlánticos y trenes, de los días de ‘jamasín’, el viento ardiente que arrastra arena del desierto, de tantos viajes por el mundo compartidos con quien fue su marido, el ensayista Carlos Trías. Algunos retazos aparecen en un ‘memoir’ delicioso: ‘Cosas que ya no existen’.
Una creencia compartida
Como escritora, es extremadamente concienzuda y puntillosa. Tiene más memoria que el Funes de Borges, una intuición diabólica y unos ojos perforadores, azulísimos, como dos luciérnagas incandescentes, una mirada que sabe desenterrar lo que se oculta bajo el polvo de las apariencias. La realidad no es más que una creencia compartida. Su poética, si se permite la expresión, se comprimiría en una sentencia de Blaise Pascal que Cubas ha recordado en alguna ocasión: «La suprema adquisición de la razón consiste en reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepasan».
También dice mucho de su universo un cuadro: ‘Interno con figura’ (1868), de Adriano Cecioni, que ilustra la portada de ‘La habitación de Nona’ (Tusquets), volumen de cuentos por el que recibió los premios de la Crítica y Nacional de Narrativa. El lienzo, que la autora descubrió en una exposición en Madrid, muestra un dormitorio desangelado, donde una niña se oculta agazapada tras una cama. Está asustada. Parece tener miedo. De algo o de alguien que pueda entrar en cualquier momento por la puerta entreabierta, detrás de la cual se atisba otra puerta. Nadie como la gran gata Cristi sabe qué se esconde tras esa inquietante extrañeza que a veces te deja temblando.
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