Arenas movedizas
Jorge Fauró

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Periodista

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Papá, ven en tren... si puedes

El acuerdo entre el PSOE y Sumar de reducir vuelos donde pueda sustituirlos el ferrocarril choca con la saturación de líneas férreas por la incorporación de nuevos operadores y con el estado de algunas estaciones de referencia

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Un tren AVE de Renfe

Un tren AVE de Renfe

En 1973, en una época en que las siglas y los acrónimos todavía no se habían convertido en palabras (Renfe, Seat, Fiat, el INI, …), la Red Nacional de Ferrocarriles Españoles emitió una campaña en televisión para reducir el uso cada vez mayor del vehículo particular en favor del transporte ferroviario. El objetivo era doble: fomentar el viaje en tren y reducir —en carreteras cada año más transitadas—, la cifra de accidentes: 98.890 aquel año, según la DGT, con 3.823 víctimas mortales.

El protagonista del anuncio era un niño cuya voz en 'off' halagaba lo trabajador que era el padre, al parecer viajante, y revelaba el temor del menor a que al cabeza de familia pudiera ocurrirle una fatalidad por esas calzadas españolas del tardofranquismo que comenzaban a quedarse pequeñas, de doble sentido y en un estado de conservación capaz de echar a la cuneta al conductor al menor despiste al volante. El hombre se despedía de sus tres hijos mientras aún dormían y también de su mujer, que le plantaba la americana y dos besos en las mejillas como quien besa a un hermano. «Papá, ven en tren», rogaban en duermevela los pequeños de la familia. Al final del anuncio, el padre regresaba sano y salvo tras andurriar por tierras de España y descendía del vagón con aires de héroe, ‘salvado’ por el ferrocarril. En 1974, también según la DGT, los accidentes en carretera descendieron a 92.090 y a 3.433 los muertos. Años después, las cifras volvieron a subir, pero España ya estaba inmersa en otro tipo de campañas.

Entre el paquete de medidas acordadas por el PSOE y Sumar de cara a un pacto de gobierno, se pretende impulsar «la reducción de los vuelos domésticos en aquellas rutas en las que exista una alternativa ferroviaria con una duración menor de dos horas y media». Desde el Gobierno en funciones se vuelve a echar mano del tren con el objeto de poner a salvo otras cosas (vidas en el 73 —el número de fallecidos ha caído en picado hasta los 1.145 de 2022— y también el medio ambiente, 50 años más tarde).

La medida carece de estudio técnico y parece desarrollada a trompicones, el clásico batiburrillo en el que prima el relato (reducir las emisiones contaminantes de los viajes en avión) y luego ya veremos, como cuando Díaz Ayuso anunció el Zendal sin tener en cuenta que había que dotarlo no solo de enfermos, sino también de médicos, enfermeros, celadores, vigilantes de seguridad, personal administrativo, etcétera.

Un desconcierto envuelto en un galimatías dentro de un enigma. Si nos atenemos a las palabras de Yolanda Díaz, el pacto pretende «acabar con los vuelos cortos inferiores a dos horas y media». Sin embargo, la literalidad del escrito difundido por el Gobierno en funciones atribuye esas dos horas y media al viaje en tren y no al trayecto en avión, es decir: reducir los vuelos cortos (unos 34.000 al año) cuando haya alternativa en tren de dos horas y media de duración.

A la reducción de emisiones de la aviación civil no puede ponérsele una sola objeción. ¿Quién, con una mínima conciencia medioambiental, podría oponerse a espacios más limpios, a luchar por el planeta, a frenar los efectos del cambio climático, a las insoportables olas de calor, a las inundaciones terribles, a los temporales que causan víctimas mortales e innumerables daños materiales? Pero basta echar un vistazo a la hemeroteca de las últimas semanas para advertir que el trazado ferroviario español está sobresaturado y evidencia que los caminos de Renfe y Adif, bifurcados en 2005, no han ido en paralelo. El transporte (Renfe, Ouigo, Iryo) ha viajado más rápido que las infraestructuras (Adif), incrementando las incidencias y causando retrasos en los trayectos más demandados, problemas en el mantenimiento, esperas en las salidas y demoras en las llegadas, unido al estado de algunas estaciones que en el momento de su construcción fueron las más modernas de Europa, como Chamartín, en Madrid, hoy un avispero de viajeros en mitad de unas obras que parecen interminables.

Lo esperable de ese anuncio pactista habría sido invertir la ecuación, comprometerse a poner al día las infraestructuras ferroviarias para luego rebajar el tráfico aéreo. Lo anunciado es construir la casa por el tejado, un Zendal solo con enfermos. Como escribe Irene Vallejo, somos seres económicos y simbólicos. «Empezamos escribiendo inventarios y después invenciones (primero, las cuentas; a continuación, los cuentos». El eterno pecado venial de la política. ¿En qué tren vendrá papá?

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