La rama de olivo
Hoy todo el mundo habla de lo que está sucediendo en Israel y Palestina, pero pocos recuerdan los antecedentes históricos que han hecho que israelís y palestinos hayan llegado a este punto de odio y crueldad
Julio Llamazares
Escritor y guionista. Autor de 'Luna de lobos', 'La lluvia amarilla', 'Cuaderno del Duero' y 'Atlas de la España imaginaria'.
Hace 49 años, un 13 de noviembre de 1974, el palestino Yasir Arafat se presentaba ante la Asamblea General de las Naciones Unidas portando simbólicamente una rama de olivo en una mano y un fusil en la otra. «No dejen que la rama de olivo caiga de mi mano», pidió a los representantes de la comunidad internacional después de un largo discurso en el que reivindicó el derecho del pueblo palestino a vivir en paz en sus territorios y de señalar que la alternativa a la paz que simbolizaba la rama de olivo era el fusil, es decir, la violencia. Cuarenta y nueve años después de aquel discurso de Arafat, la realidad nos demuestra que sus palabras no fueron escuchadas, al revés, cayeron en saco roto como todos los discursos de paz que desde entonces se han sucedido en torno a Palestina y a Israel. La violencia que desde hace días sacude sus territorios son la prueba lacerante de que a Arafat nadie le hizo caso y que su bíblica rama de olivo verde se marchitó en cuanto salió de la sede de las Naciones Unidas, donde hablaba por primera vez.
Se pensará que la rama de olivo se marchitó porque los israelís, en primer lugar, y las potencias occidentales, detrás de ellos, no le dieron importancia a sus palabras, pero no solo a estos les cabe la responsabilidad de su ceguera, sino que los palestinos también tienen la suya por haber abandonado poco a poco a su otrora mítico dirigente a medida que adoptaba posturas posibilistas y dialogantes con su enemigo; un enemigo con el que llegó a darse la mano en la persona del presidente israelí Isaac Rabin en señal de paz.
Hoy todo el mundo habla de lo que está sucediendo en Israel y Palestina y la mayoría lo hace desde el maniqueísmo ideológico que parece imposible separar de este conflicto, pero pocos recuerdan los antecedentes históricos que han hecho que israelís y palestinos hayan llegado a este punto de odio y crueldad. Lo fácil es culpar a unos o a otros, lo difícil es tratar de entender sus motivaciones, las razones por las que han llegado al extremo de enfrentamiento que hoy contemplamos, con escenas que parecen sacadas de la Edad Media y miles de muertos amontonados sobre los escombros de un territorio que arde desde la Biblia. En pocos lugares los hombres se han peleado tanto a lo largo de la historia como en él y en ninguno se han matado tanto en el nombre de Dios. Y ello a pesar de que las tres religiones que alumbró, el judaísmo, el cristianismo y el islam, las tres grandes religiones monoteístas que dominan el mundo, predican la paz.
En la bandera de las Naciones Unidas, esa organización que pretende alcanzar la paz en todo el planeta, dos ramas de olivo recuerdan a aquella a la que Arafat aludió de modo simbólico hace 49 años, pero nada hace pensar que alguna vez se consiga, y menos en territorios como los de Oriente Medio, donde el enfrentamiento y el odio forman parte ya de la identidad de sus pobladores. En lugar de atenuarlos, los líderes religiosos echan más leña al fuego continuamente y, como ellos, esos políticos que opinan alegremente sobre el conflicto aquí y allá con un maniqueísmo que sobrecoge en algunos casos. Cuando Arafat habló en las Naciones Unidas lo hizo desde su experiencia como luchador armado y por eso habló de la paz como la única solución a un conflicto cuyas raíces se hunden en la historia antigua por más que algunos crean que empezó ayer. Pero nadie le quiso hacer caso y la rama de olivo se marchitó.
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