Una de rugby
El rugby es una colosal metáfora, una guerra sin cuartel en la que los combatientes piden perdón si han hecho un placaje irregular
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Estamos viviendo la parte decisiva del Mundial de Rugby de Francia. No parece que aquí haya una gran expectación y conozco a poca gente que haya programado las vacaciones para ir a ver un partido a Marsella, Lille, Toulouse o París. Pero, aun así, hay grupos de amigos que organizan cada año una excursión para contemplar en directo uno de los encuentros del Seis Naciones y ahora, tan cerca, también han montado una visita más allá de los Pirineos. Y también están los que quedan en casa de alguno para seguir las últimas confrontaciones del campeonato. El rugby, aquí, más allá de estos locos seguidores, de ese reducto casi religioso y de carácter ritual, no tiene demasiado predicamento. Es un asunto de acólitos que jugaron de jovencitos o que quizá veían en casa, de pequeños, los partidos de lo que entonces se llamaba Cinco Naciones (Italia aún no estaba en la élite) por TVE1. Todos los conocidos con los que hablo y con los que comento el Mundial tenían la misma selección favorita, Irlanda, tanto por motivos sentimentales como porque es el equipo que mejor juega desde hace unas temporadas. No hemos tenido suerte. En un choque bellísimo (disputado, ardoroso, vibrante) acabaron perdiendo con los All Blacks, los que siempre y a todas horas van de negro, de pies a cabeza. El mítico combinado de Nueva Zelanda, que no vive su mejor momento (fueron aniquilados este verano por la República Sudafricana en una previa del Mundial con un marcador humillante e histórico, 35 a 7) logró vencer y destruir el sueño de Eire. Sin embargo, los irlandeses tuvieron opciones hasta el final.
Para los no avezados, cabe mencionar que el partido no termina cuando el reloj marca los ochenta minutos reglamentarios. Quien en el minuto 80 tiene en poder la pelota ovalada puede tratar de hacer una marca hasta que la pierde. Es entonces cuando se termina. Irlanda, que estaba a cuatro puntos de Nueva Zelanda, nada, lo probó hasta 28 veces o fases o intentos de trenzar una jugada. La acabaron perdiendo. Punto y final. Fue un partido homérico, como el de Suráfrica con Francia. Una de las virtudes del rugby (¡hay tantas!) es esa posibilidad de batallar hasta el último suspiro. El tiempo se deshace y llega al límite establecido, pero todo es todavía posible mientras conserves la voluntad de luchar. No hay tregua. El rugby es una colosal metáfora, una guerra sin cuartel en la que los combatientes piden perdón si han hecho un placaje irregular. Mueren en el campo de batalla, rudos y sin piedad, y resucitan en la memoria de las hazañas. Y, después, ríen y lloran juntos.
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