Sociedades en riesgo
José Manuel Pérez Tornero

José Manuel Pérez Tornero

Catedrático de la UAB y expresidente de la Corporación de Radio y Televisión Española

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El mejor caldo de cultivo del odio

Estamos en medio de una tormenta perfecta: un sistema financiero opaco y casi secreto, redes sociales desreguladas e irresponsables y democracias debilitadas

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Un blindado del Ejército de Israel utilza artillería contra objdetivos en Gaza.

Un blindado del Ejército de Israel utilza artillería contra objdetivos en Gaza. / EFE

El odio nunca muere, decía Faulkner. Es un río subterráneo de lava que circula a lo largo de la historia, transportando siempre la misma obsesiva arquitectura de estereotipos seculares: racistas, antisemitas, islamofóbicos, nacionalistas, etc.

Pero, de vez en cuando, ese río sale a la superficie y provoca erupciones muy violentas. Palestina, Israel, Rusia, Yemen, Sudán. De repente, odios larvados durante siglos desembocan en violencias extremas: terrorismo, asedios, bombardeos sobre civiles, limpiezas étnicas.

Nos engañamos si consideramos que estos estallidos de odio son un fenómeno localizado. Todo lo contrario, es algo estructural y, hasta cierto punto, específico de nuestra época. Tanto por su escala como por la celeridad con que se propaga. Vivimos un tiempo de ira extrema, con muchas guerras abiertas. El número de víctimas civiles en ellas ha aumentado en más del 50%. Hay más de 110 millones de desplazados forzosos. Y las limpiezas étnicas no cesan (Kurdistán, Sudán, Myanmar, el Sahel, Nagorno-Karabaj…). Además, este odio está sedimentando en un creciente arsenal armamentístico que puede liquidar a la humanidad entera… Tiene razón Amin Maalouf al decir que vivimos en una de las épocas más peligrosas de la historia.

Pero ¿por qué se produce esta eclosión de odios ancestrales y de ira, precisamente ahora?

La respuesta es clara: hemos abierto de par en par las compuertas que contenían esos odios, y ahora andan sueltos. Hemos asumido acríticamente el credo de que en la sociedad de la información pueden rebasarse todos los límites y que cualquier mensaje y cualquier capital pueden circular sin mediación ni regulación, con toda irresponsabilidad. Así, se ha abierto la caja de Pandora que facilita el negocio del odio a sus cultivadores y explotadores, e incendia nuestra convivencia.

Cultivadores de odio son esas huestes de fanáticos, de gente aparentemente normal que ejercen su tarea de propagación de la violencia en las redes. Pertenecen a diferentes sectas o mafias o forman el coro radical de doctrinas insensatas. Siempre han existido, pero ahora acceden a las redes sin restricción alguna, y llegan en tiempo real a todo el mundo. Y desde ellas -refugiados en el anonimato- se vienen dedicando desde hace años a reavivar los rescoldos de conflictos dormidos, y a ahondar heridas que nunca se han cerrado.

Por otro lado, están los explotadores del odio, esa élite reducida de plutócratas internacionales, que siempre ha conseguido lucrarse con las guerras. Ahora, su labor es más fácil que nunca, gracias a la desregulación de las finanzas, las criptomonedas y la opacidad de los flujos de dinero.

Son los beneficiarios de la privatización generalizada del poder -que T. Burgis considera el vector más potente de la economía actual-. Privatización del poder militar, a través de los nuevos señores de la guerra y los traficantes de armas y personas. Del político, gracias a oligarcas corruptos, y a las mafias de todo tipo que gobiernan en los estados fallidos y penetran en los gobiernos de los débiles. Y del financiero, mediante la corrupción de los paraísos fiscales.

Pero hay un factor aún más preocupante que la privatización del poder: la creciente debilidad de nuestras democracias. En las últimas décadas -a causa de la globalización, las migraciones, y los cataclismos financieros y pandémicos-, el hecho sustancial es que en las democracias del planeta se ha impuesto un estado de polarización (muy cercano al 'guerracivilismo') que impide la gobernabilidad y favorece la apropiación de amplias zonas del Estado por parte de poderosos sectores privados cada vez más radicalizados. Lo hemos visto en EEUU, con Trump; en Gran Bretaña, con el 'Brexit'; en España, con el 'procés'; pero, también, en Italia, Hungría, Polonia y Austria, con la extrema derecha. Y como consecuencia, nuestras democracias se han hecho más precarias, e impotentes ante la violencia del odio.

En definitiva, nos hemos dado de bruces, en este primer cuarto de siglo XXI, con el escenario de la tormenta perfecta: un sistema financiero opaco y casi secreto; redes sociales, desreguladas e irresponsables; y de democracias debilitadas. ¿Qué mejor caldo de cultivo que este para una explosión mundial de odio?

Habrá que esperar acontecimientos.

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