Guerra

Pero ¿quién llama a parar?

En la política española, el conflicto palestino-israelí se está utilizando como munición en la batalla partidista, ya de por sí demasiado polarizada entre derecha e izquierda

Éxodo palestino de Gaza

Éxodo palestino de Gaza / AFP/MOHAMMED ABED

Rosa Paz

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Sí, seguramente dirán que todos lo hacen, que la comunidad internacional, la Unión Europea y los partidos políticos españoles en su conjunto están pidiendo que pare la guerra en Gaza, pero no es eso lo que trasciende. Lo que trasciende es una condena generalizada, faltaría más, al salvaje ataque de Hamás contra Israel y el respaldo incondicional al derecho a la autodefensa del estado hebreo. Es decir, que pese a la alarma que suscita la ofensiva que Israel prepara como represalia en Gaza, que se cobrará, sin duda, la vida de miles de civiles, el mundo responde o con el apoyo incondicional a alguna de las partes en contienda, los israelís ganan en eso por goleada, o con la impotencia de quien no sabe cómo parar una guerra que, como todas, no dejará más que un rastro de destrucción y muerte.

Esa guerra tiene también efectos colaterales. Sobre los económicos, por ejemplo, alertan ya los organismos financieros internacionales, siempre tan sensibles al devenir de los mercados. Pero hay otras consecuencias que ya se están viviendo y que se particularizan, sin ir más lejos, en la política española, donde el conflicto palestino-israelí se está utilizando como munición en la batalla partidista, ya de por sí demasiado polarizada entre derecha e izquierda. Bastaba con las durísimas incriminaciones cotidianas que se hacen sobre las preferencias políticas de cada cual sin necesidad de ir a buscar argumentos fuera. Sin embargo, y sin parar en barras, dirigentes del PP como el moderado, Borja Sémper, y la trumpista, Isabel Díaz Ayuso, no dudaron en utilizar lo que parece ser un bulo, o al menos una noticia aún sin confirmar, sobre la decapitación de 40 bebés a manos de milicianos de Hamás, para acusar al Gobierno, en especial a su presidente, de equidistancia entre los terroristas y las víctimas. No sirvió de nada que el Ejecutivo y el propio Pedro Sánchez hubieran condenado con firmeza la acción terrorista de los radicales palestinos, porque realmente la incriminación hecha por los dirigentes del PP solo pretendía incidir en esa tendencia que atribuyen a Sánchez a pactar con ETA —desaparecida hace 12 años— y con quienes quieren romper España.

Y claro que en el conflicto palestino-israelí las simpatías van por barrios. La izquierda siempre ha estado más próxima a los palestinos y la derecha más a Israel, pero en esta ocasión la condena a Hamás ha sido prácticamente unánime, porque los apoyos no pueden ser ciegos, y por más que se quiera sobreinterpretar el hecho de que la ministra Ione Belarra luciera un pañuelo tejido por mujeres palestinas en la recepción del 12 de octubre. Aquí, cualquier intento de contextualizar la terrible situación de Gaza se interpreta como equidistancia o directamente como un apoyo a los terroristas. Si como dijo Clemenceau “la guerra es un asunto demasiado serio para dejarla en manos de los militares”, a los políticos correspondería simplemente evitarla o tratar de pararla cuando, como ahora, está ya desatada. Y nunca usarla con intereses espurios. Pero ahora, ¿quién llama a parar?

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