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Europa: ¿ampliación contra coherencia?

Una exministra de Rajoy sostiene que lo inteligente habría sido pactar la presidencia de Feijóo en Madrid y la de Sánchez en la comisión de Bruselas.

Cumbre europea en Granada

Cumbre europea en Granada / MIGUEL ÁNGEL MOLINA / EFE

Joan Tapia

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La doble cumbre de Granada, la de los países de la UE y la de los de la Comunidad Política Europea, de reciente creación y que reúne a 40 estados (Gran Bretaña, Suiza y países del Este que no están en la UE) ha sido relevante. Para España porque, no solo por la presidencia de turno, se ha visto que nuestro país -tras el Brexit y la llegada al poder de Meloni en Italia- tiene un mayor peso en Bruselas. Para Europa, no tanto por los logros alcanzados -más bien escasos- sino porque se han discutido los grandes retos que debe afrontar. 

El primero es la invasión rusa de Ucrania. Hace tres años nadie pensaba que una guerra de esta envergadura -de duración desconocida y de gran complejidad- pudiera ser una dramática realidad. Es evidente que ya nada es igual, que la amenaza rusa está ahí, que la ayuda a Ucrania exigirá un gran esfuerzo político y económico y que la UE puede tener que adoptar aún un mayor protagonismo si la América de Biden flojea (el Congreso americano es cada vez más reticente a la ayuda) o si, por desgracia, nos encontramos ante la América de Trump. El aumento presupuestario para la ayuda militar a Ucrania no será el problema menor. Sin olvidar la posible “fatiga de la guerra” evidente ya en algunos países como muestra el reciente triunfo del prorruso Fico en las elecciones eslovacas.

El segundo es que la estabilización de Ucrania -una meta nada fácil- va a forzar a una ampliación acelerada de la UE. Y acoger a Ucrania puede obligar a hacer lo mismo con otros países del Este que no deben ser discriminados. ¿Una UE de 35 estados en el 2030 frente a la actual de 27? Y esta segunda ampliación al Este planteará grandes problemas, no solo de financiación, sino también de coherencia democrática. Lo hacen prever las prácticas políticas que hoy vemos en Polonia y Hungría.

El tercero es que toda ampliación relevante es, por principio, un gran desafío a la cohesión política y social, que exige no solo un poder que tienda a algo más de supranacionalidad sino una mayor complicidad de los electorados y las opiniones públicas. Una Europa más extensa y con instituciones comunes más débiles es un gran riesgo. Ya se ha visto con la primera ampliación al Este y ahora no se puede repetir porque la geopolítica mundial -la autonomía ante China y ante América que no sabemos cómo evolucionará- y los cambios de todo tipo que conllevará la lucha contra el cambio climático, exigen más políticas comunes. Europa puede tener que elegir entre la extensión y la coherencia. 

El cuarto desafío se centra en los problemas de liderazgo interno en la actual UE. El eje franco-alemán (de Gaulle-Adenauer, Giscard-Helmut Schmidt, Kohl-Mitterrand, Merkel-Sarkozy) ha sido, junto a Bruselas, un motor indiscutible de los avances desde el antiguo Mercado Común de 1958 a la moneda única y la UE actual. Pero hoy el eje franco-alemán funciona peor. Porque Macron y Scholtz tienen menos sintonía, porque lo nuclear francés choca con el rechazo alemán… y porque en Francia (el malestar social ha sido grave) y Alemania (gobierna un tripartito), las tensiones internas no ayudan a la entente entre los dos gobiernos. 

Y algunos desafíos graves y crecientes, como la inmigración -a la vez necesidad económica y problema social- enfrentan casi irremediablemente a unos países con otros.

La asignatura de hacer de Europa algo parecido a un Estado que pueda tener voz propia en el mundo no será fácil. Y veremos qué parlamento surge de las elecciones europeas de mayo del 2024. Pero es la única solución si Europa no quiere quedar supeditada a otras potencias porque, además, no hay garantías de que la pasada tutela americana pueda sea eterna. O incluso positiva.

En esta Europa, España debería aspirar a un papel más relevante, pero la división interna (el PP yendo a Bruselas a protestar contra la política del PSOE) es una rémora. ¿Permanente? Parece que sí, aunque una ministra de Rajoy (de primera fila) me dijo la semana pasada que el PP y el PSOE se equivocaban. Lo inteligente -dijo- habría sido pactar la presidencia de Feijóo en Madrid y la de Pedro Sánchez, con el apoyo del PPE, en la Comisión de Bruselas. Parece una fantasía, pero ¿se podía haber intentado? ¿Y habría sido conveniente?   

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