Limón & vinagre

Suella Braverman: Cruella contra la inmigración

La ministra del Interior británica, Suella Braverman, este lunes a su llegada a Downing Street.

La ministra del Interior británica, Suella Braverman, este lunes a su llegada a Downing Street. / HENRY NICHOLLS / REUTERS

Matías Vallés

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"Soy hija de inmigrantes". A partir de este reconocimiento de sus orígenes en Islas Mauricio y Kenia, la ministra de Interior del Reino Unido pronunció la semana pasada el discurso más duro contra la inmigración jamás emitido por un gobernante europeo. Suella Braverman es Cruella de Vil contra millones de refugiados, a quienes acusa de falsificar su condición. No les llama sin papeles, no son solo ilegales, los califica concretamente de criminales.

Braverman se traduce por «el hombre más valiente», y el padre de la ministra de Interior británica llegó a Inglaterra con lo puesto. Su hija concluye que «no supone una traición a la historia de mis padres afirmar que la inmigración debe ser controlada». Antes de escandalizarse por la naturalidad de la miembro del gabinete Rishi Sunak al categorizar que «el multiculturalismo ha fracasado», llamando en su apoyo un discurso de Angela Merkel sobre la fantasía del 'multiculti', conviene subrayar el impacto político de su diatriba.

Owen Jones es el pensador inglés al que aspiran Pablo Iglesias o Íñigo Errejón. El faro del izquierdismo ha titulado su comentario a la soflama de Suella, transformada en la malvada Sue Ellen, con un precavido «Al margen de que Braverman se convierta en la nueva líder de los conservadores, sus ideas extremas gobiernan ese partido (y más allá)». Según la propia oradora, su iniciativa para la devolución instantánea de cada inmigrante llegado a Inglaterra se impone «por dos a uno» entre la opinión pública. Es una forma indirecta de reconocer que pretende llegar a Downing Street a lomos de su combate contra la Convención de Refugiados de Naciones Unidas, vigente desde 1951.

En efecto, un perfil avinagrado exige unos granos de pimienta. Suella/Cruella tiene su lado salvaje, que le ha costado algún contratiempo en su carrera política. En el verano del año pasado cometió un exceso de velocidad al volante, castigado con la oportuna multa. Maniobró fuera del vehículo, para que los funcionarios la ayudaran a ocultar la infracción. Es curioso que exija un escrupuloso comportamiento burocrático a los inmigrantes, mientras se saltaba las reglas para ser asaeteada en la sesión del control del parlamento británico. Una diputada tras otra le recriminaban su ligereza «al poner en peligro la vida de los demás», Braverman se refugiaba en que «siento ser repetitiva pero solo cometí un exceso y pagué la sanción pertinente».

Volvamos a la conferencia de Suella/Cruella que cambiará la relación de Occidente con la inmigración. La erudición ministerial se cifra en manifestaciones precedentes de Nicolas Sarkozy y David Cameron. Regresa a la actualidad para citar al alcalde neoyorquino Eric Adams, el expolicía Demócrata que acaba de rematar que «la inmigración ilegal acabará con Nueva York». Se refiere a los autobuses que le remite el gobernador de Texas con recién arribados al sur de Estados Unidos, para que ponga en práctica la política de acogida que predican los liberales. «Los jueces americanos tienen dos millones de peticiones de asilo pendientes de resolución», esgrime Braverman al borde del apocalipsis.

La «hija del Imperio Británico», otra autodefinición, acaba de proclamar que «la inmigración supone un desafío existencial para Occidente». Curiosamente, la misma semana en que Josep Borrell sentencia que la guerra de Ucrania también es una cuestión «existencial» para Europa. La ministra británica eligió Washington para su proclama preelectoral, manifestándose ante el selecto y reducido foro de los miembros del American Enterprise Institute. También conmovió los cimientos de esta organización ultraconservadora, porque sus prebostes se sintieron obligados a matizar en el turno de preguntas que «hay demandantes de refugio que realmente reúnen las condiciones», ante la insistencia de la ministra en el argumento económico.

Se ha dejado el meollo para el final, en cumplimiento con los dictámenes del neoperiodismo. Convencida de que tiene a la mayoría de su parte, Braverman ha manejado el escalpelo de su «patriotismo» con serenidad quirúrgica, inspirada claramente por Margaret Thatcher. Su docta exposición durante media hora tiene por objeto someterse a los criterios editorial del 'Daily Mail', la astuta cabecera ultramontana que fabrica y destituye primeros ministros conservadores en la ruleta incesante de Cameron, Theresa May, Liz Truss y Rishi Sunak. Sin embargo, hasta el periódico antiinmigrantes por excelencia se resistió a titular con el pronunciamiento capital de Suella/Cruella. «No basta con ser homosexual o mujer para considerarse un refugiado».

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