La hoguera
Juan Soto Ivars

Juan Soto Ivars

Escritor y periodista

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La caída de la muralla china

Solo hay una cosa que nos gusta más que tener al mejor tenista del mundo y es ver cómo se desploma. Nos gusta reír del que tropieza porque así, paradójicamente, nos sentimos menos bajos

Jorge Javier Vázquez y Manuela Carmena

Jorge Javier Vázquez y Manuela Carmena

Esta semana, Mediaset se cargó 'Cuentos chinos'. Cuando Jorge Javier salió en Twitter a chulear a la audiencia que le quitaría a Pablo Motos, y dado que Pablo Motos es a menudo víctima de ataques tontos y se las ve con esa superioridad moral de chichinabo, yo me solidaricé por dentro con el de 'El Hormiguero' y le deseé a Jorge Javier la gran hostia. Pero ahora que Jorge Javier se ha dado la gran hostia, de inmediato este instinto judeocristiano me ha puesto de su parte.

Soy una de las 16 personas que han visto los últimos tres episodios de 'Cuentos chinos'. Ahí seguí ahí hasta la cancelación. Y sí, el programa fue un desastre hasta su final. Inventaron secciones nuevas para Susi Caramelo, a ver si ese tornado de mujer conseguía levantar el muerto, pero no. El muñeco gigante seguía dando grima con sus preguntas escritas por guionistas con meningitis y todo, en general, era histeria y nervios. Pero yo al final sí que le encontré el punto.

El último día, con un cinco y pico de audiencia y una sentencia de muerte, fue el miércoles pasado. La invitada, Manuela Carmena, a quien trajeron madalenas con preguntas dentro que llevó hasta la mesa uno de los Chunguitos, ese al que el botox le ha tratado peor que la cocaína. Jorge Javier había entrado al plató diciendo “¡hoy sí, hoy sí, lo presiento!” y sí, ese día sí tocó fondo y murió.

Pero Manuela Carmena es la persona a la que todos querríamos ir a llorar en el hombro cuando la vida nos quita un programa y Jorge Javier aprovechó la situación. Bromeó, autoparódico, con el fracaso de ambos: ella, alcaldesa de Madrid y luego perdedora electoral; él, alcaldeso de Mediaset y ahora devorado por hormigas. Le preguntó a la yaya afable por el desastre y el fracaso, por el momento más difícil de su vida, por la capacidad de seguir uno activo cuando los años no es que pasen, sino que han pasado, y aquello fue sesión de terapia, una charleta de tanatorio, algo tierno y humano que se interrumpía cuando Jorge Javier, que no sabía ya qué papel jugar, se ponía serio mirando a cámara. Me enterneció esta derrota.

En España solo hay una cosa que nos gusta más que tener al mejor tenista del mundo y es ver cómo se desploma. Nos gusta reír del que tropieza porque así, paradójicamente, nos sentimos menos bajos. Pero yo le reconozco a Jorge Javier el intento y la dignidad de estrellarse. Su hostiazo nos recuerda algo universal: que el fracaso tiene el horario dilatado y loco de un bazar chino.

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