La hoguera

Blanquear el terrorismo

Una cosa es disculpar a los asesinos como activistas demasiado pasados de entusiasmo y la otra, arrogarse el sufrimiento de quienes los combatieron

Detienen a un simpatizante de Vox por amenazar con una navaja a un vecino en Barcelona.

Detienen a un simpatizante de Vox por amenazar con una navaja a un vecino en Barcelona.

Juan Soto Ivars

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Un cineasta, de nombre Fran Jurado, quiso invitarme al estreno de su documental 'Polarizados' para contestar con él a las preguntas del público. Fue un coloquio divertido (y añado este sintagma al tesoro español del oxímoron) en el que no faltó la bronca, la extravagancia o la gente que se arrancaba con "yo no tengo una pregunta sino más bien una reflexión" y solazaba al auditorio con sus saberes académicos en torno al consumo de la zanahoria en el siglo XII.

Pero lo que me dejó pensando no fue esto, sino un hombre que se identificó como concejal de Vox del ayuntamiento de Barcelona y se quejó de que el documental, según él, había sido demasiado crítico con su partido.

El concejal creía que Vox no juega un papel incendiario en la polarización social, sino que es una víctima de los señalamientos. Dijo que el linchamiento mediático al que se somete a su partido sin duda acabará con víctimas de la violencia física más pronto que tarde. Añadió que él mismo tenía que usar escolta (aunque el guardia no estaba allí presente) y nos recordó que se empieza denostando una ideología y se termina pegándole un tiro en la nuca a alguien por pensar diferente.

Esto me cabreó. Incluso aceptando que los medios de comunicación son, en general, tan hostiles a Vox como Vox con los medios, y aunque es cierto que algunos miembros y simpatizantes del partido han sufrido un hostigamiento injustificable en carpas electorales y sedes regionales, también en Barcelona, me pareció que este concejal pecaba de uno de los males de nuestro siglo ombligo-victimista: equiparar lo que te está pasando con lo peor que supones que te podría pasar.

Venirte arriba, vaya, para exhibirte abajo. Mientras el hombre se lamentaba con una retórica triunfal, una mujer a su lado asentía y lo grababa todo con su móvil. Las elecciones estaban cerca y vi lo que se cocía: querían un momento viral para compartir en sus redes sociales a costa del pobre Fran Jurado y su película. Yo teatralicé un poco mi pasmo y respondí que era muy llamativo que el concejal de un partido que se refiere a las personas de izquierdas como "parásitos" o demoniza a "los menas" como si todos fueran criminales callejeros se sintiera víctima del trazo grueso y el señalamiento.

Todo acabó sin víctimas y el concejal se despidió amistosamente, pero su intervención, teñida de esa vanidad que suelo detectar también en gente que usa el dolor de las minorías en su beneficio, se quedó en mi cabeza. Aunque no es una actitud rara en estos tiempos, viniendo de Vox me pareció todavía más fuera de lugar. Al margen de lo que cada cual piense de Vox, es innegable que en este partido militan personas que sí conocieron la violencia real. José Antonio Ortega Lara es uno de los fundadores y Santiago Abascal, además de su padre y su abuelo, ha sufrido el acoso terrorista en Euskadi. Cuando era estudiante, su cara aparecía dentro de dianas. Precisamente por eso, la bastardización del sufrimiento que exhibió este concejal me irritó más todavía.

Pedro Sánchez está a punto de impugnar la legitimidad de los jueces y el Estado de derecho con una amnistía a Puigdemont, quien nos trató en sus tiempos mozos a los que no compartimos el credo nacionalista como apestados y nos excluyó del 'poble'. Sin embargo, ni en los tiempos más asquerosos del 'procés' vivimos aquí nada parecido a lo que sufrieron, por ejemplo, los personajes que aparecen en los libros de Florencio Domínguez, Raúl Guerra Garrido o Fernando Aramburu.

Yo vivía y escribía en Catalunya en los años más irritantes del 'procés', cuando familias y grupos de amigos se resquebrajaron entre las zarpas del nacionalismo. Sé que desafiar la ortodoxia del 'poble elegit i sobirà' ha sido y será un fastidio. Y, sin embargo, aquí la violencia siempre se limitó a lo simbólico, a las menciones de Twitter y alguna mala mirada o un exabrupto por la calle. A Isabel Coixet, una de mis amigas que peor lo han pasado, llegaron a pintarle algo en la fachada de su casa y un día alguien le escupió cuando caminaba por la calle: no es poco, pero nada más.

Hay dos formas de blanquear el terrorismo: una es disculpar a los asesinos como activistas demasiado pasados de entusiasmo; la otra, arrogarse el sufrimiento de quienes los combatieron.

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