¿La España de Évole o la de Aramburu?
El documental de Ternera se ha convertido en un espejo que muestra las dos Españas antagónicas de hoy: la que quiere reconciliarse y la que quiere romperlo todo
Ernest Folch
Editor y periodista
A estas alturas, lo menos importante del documental de Jordi Évole es el mismo documental. Lo realmente trascendente son las reacciones que ha generado antes de estrenarse entre los que no solo no lo han visto, sino que aseguran que ni siquiera irán a verlo. Ya hace muchos días que toda esta polémica no va de ETA ni de sus crímenes horribles, sino de los prejuicios enfermizos que algunos arrastran consigo.
Asistimos atónitos estos días a un reguero de gente indignada con una película a la que acusan de "blanquear el terrorismo" (¡sin haberla visto!), y hasta más de 500 personalidades osaron pedir al Festival de San Sebastián que la retirara del concurso por "banalizar crímenes gravísimos" (¡sin haberla visto!). Es fascinante que quienes promueven esta nueva modalidad de censura previa, propia de regímenes totalitarios, no sean trolls de Twitter sino profesores de universidad, intelectuales, periodistas y políticos que, dicen, luchan por la libertad de todos nosotros pidiendo retirar un documental... ¡sin haberlo visto!
De esta larga lista de indignados apriorísticos, llama la atención la figura de Fernando Aramburu, autor del superventas 'Patria', la novela que quiso explicar el conflicto vasco desde los dos bandos. Es sorprendente que Aramburu, que en su día estuvo en el centro de varias polémicas, primero por la novela y después por su adaptación al cine, ahora se apunte al carro de matar al mensajero y, además, de manera preventiva.
¿Qué diría el propio Aramburu, y qué escándalo hubieran montado algunos de sus compañeros de manifiesto, si se hubiera pedido retirar su novela de las librerías incluso antes de publicarse? ¿Sugieren estos firmantes que hay entrevistas o libros o películas que directamente deben prohibirse, o solamente las que no les gustan a ellos? ¿Desde qué siniestro momento se ha decidido que el entrevistador tiene que asumir las culpas y las ideas del entrevistado? ¿De verdad se han creído que Évole comparte las ideas de Ternera solo por cederle un micrófono? Por suerte, esta furia censora que se comporta como la Santa Inquisición se ha encontrado de cara con la dignidad del Festival de San Sebastián, que ha resistido la presión, y con su público libre, que aplaudió la película, de pie, propinando así una sonora bofetada a los intelectuales censores.
El episodio ha servido, como un espejo, para enseñar el punto exacto en el que se encuentran las dos Españas intelectuales cada día más irreconciliables en plena negociación de la investidura. La España que pregunta de Évole, que cree que la única salida es la reconciliación, aunque haya que revisar el pasado y hacer algunas concesiones, o la España llena de prejuicios de Aramburu, que es incapaz de asumir su propio pasado, que trata un documental o unos pinganillos en el Congreso como si fueran armas de destrucción masiva y que se comporta histéricamente ante la amnistía (la de ahora, no la de antes). Da miedo pensar lo que puede suceder si se impone esta última.
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