Obituario

Antoni Vila Casas: muy mecenas, muy ecléctico

Para Vila Casas apoyar el arte catalán no era una moda, era una pasión.  Él sabía lo que quería hacer con su dinero: una gran muestra del arte catalán del siglo XX

Muere el empresario y mecenas cultural Antoni Vila Casas a los 92 años

Muere el empresario y mecenas cultural Antoni Vila Casas a los 92 años. / FOTO Y VÍDEO: EUROPA PRESS

Xavier Bru de Sala

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"Yo por menos me los gasto, que el resto...". Así le gustaba definirse, y justificarse ante la crítica de ecléctico, en el sentido opuesto a vanguardista. Ante todo y en relación al arte, Antoni Vila Casas (1930-2023) fue un catalanista radical. "Arte catalán, que los demás ya tienen quien los defienda". Era inútil que le intentaras hacer ver que la mejor manera de defender el arte catalán es procurar, y conseguir, que los de fuera te lo reconozcan y en consecuencia te lo defiendan. Él sabía lo que quería hacer con su dinero: una gran muestra del arte catalán del siglo XX. El problema era el criterio, o mejor dicho la dificultad de encontrar, aunque fuera en préstamo, un argumentario en defensa de su criterio digamos no discriminatorio. Al final lo halló, más por la cantidad que por razones de coherencia estética.

La mayor indelicadez que podías cometer cuando te invitaba a comer era referirte a la Fundació Suñol, en el paseo de Gràcia, obra de otro coleccionista que también se los gastaba pero en una línea bien definida, apuntando hacia las mejores obras de los mejores, es decir, las que mejor definían el combate con la creación de expresión propia. Como la gente tan generosa como él y de edad tan avanzada no se merecía crítica, y menos si era tan desgarradora y dolorosa como esta, hablábamos del país. Su extraordinaria perspicacia debería haberle convertido en prototipo y modelo del independentista escéptico, ya que lo era de toda la vida y se supo abstener, sabiamente, de bajar del burro para subirse al caballo que, no dudaba de ello, debía estrellarse.

Ahora nadie da nada por él y muchos se esconden o lo esconden, es decir que lo arrinconan, pero hubo una época, la del reinado de Can Gaspar y los marchantes más espabilados, que en todas las casas 'buenas' de Barcelona rumbeaba el arte catalán, sobre todo modernista, pero en muchos casos sin hacer demasiados aspavientos a Dau al set. Pero para Vila Casas apoyar el arte catalán no era una moda, sino una pasión. Por eso persistió. El coleccionismo se apoderó de su espíritu inquieto, de inconformista que no se acomoda a lo que hay y busca más allá. Esta fue la clave de su éxito como empresario farmacéutico, un camino paralelo al que le llevó a abrir Can Framis y el resto de centros de su única y extraordinaria Fundación. Cuando preparaba el centenario de Espriu le propuse que financiara el encargo de ocho o diez esculturas públicas basadas en los personajes más característicos del escritor. No cuajó porque no nos habríamos puesto de acuerdo en los nombres de los artistas.

El destino de las colecciones privadas de arte con entidad considerable suele tener dos finales contrapuestos. O bien las obras más considerables van a algún museo y el resto se dispersa entre los herederos, o bien la colección entera se mantiene y se convierte en fundación o centro de arte auto financiado. No hace falta pensar en la Frick de Nueva York o la Wallace de Londres, sino más bien y más cerca en la colección Plandiura, base del primer fondo del MNAC. O en el museo Lousiana de Arte Moderno, asimismo de iniciativa privada, situado lejos de las ciudades, en un paraje natural de Dinamarca.

En un país como el nuestro de tan glorioso pasado artístico y tan dudoso panorama actual, donde el Macba debe bracear para mantenerse en la superficie, la obra de Vila Casas merece toda la gratitud. Sin discusión ni pesar. Medalla de oro de la Generalitat otorgada el año pasado en justo reconocimiento. Ahora bien, en diez o veinte años, ¿qué va ser de su Fundación?