Cita en Waterloo

Alguien visitó al Vivales

A mí me pareció muy bien el encuentro, aunque no sepa si lo llevó a cabo la ministra Díaz o la ciudadana Yolanda

Carles Puigdemont y Yolanda Díaz, en su encuentro en Bruselas

Carles Puigdemont y Yolanda Díaz, en su encuentro en Bruselas / YVES HERMAN / REUTERS

Albert Soler

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El Gobierno español no va a ir jamás a Bélgica a verse con el Vivales, eso está descartado aunque a Pedro Sánchez le sobrevenga uno de sus repentinos 'cambios de opinión'. Otra cosa es que la vicepresidenta del Gobierno acudiera a hacerse fotos, alegre y divertida ella, al lado del prófugo de la 'republiqueta', ya que, como tuvo a bien precisar, lo hizo a título personal.

No hay como padecer un desdoblamiento de personalidad para hacer lo que a uno le dé la gana sin tener que dar explicaciones, yo no fui, yo no estuve ahí, fue otra. De esta forma Díaz hace cosas sin que se entere Yolanda, y entre ambas se confabulan para ocultar determinados hechos a la líder de Sumar, quien a su vez disimula cuando se cruza con la vicepresidenta del Gobierno, no sea que le pregunte dónde ha estado.

Está también la modosita ama de casa que plancha su ropa sin ayuda del servicio, que aunque aparece solo en campaña electoral para arañar algún voto despistado, se suma a la multitud. No podemos exigir a Pedro Sánchez que controle lo que hace toda esa muchedumbre que ocupa una sola silla a su lado en el Consejo de Ministros, bastante tiene con controlar sus propios cambios de opinión sin que parezca que miente.

Por si fuera poco lío, tampoco sabemos si el Vivales que se reunió con Díaz (¿o fue con Yolanda?) era el europarlamentario, el expresidente catalán, el prófugo de la justicia, el caudillo de JuntsxFotos (o como se llamen hoy), el orate que se cree Carlomagno o el tipo que dejó atrás a la familia para vivir la vida loca en compañía de un rapero y un pianista en la Casa de la Republiqueta.

Así las cosas, lo único que se saca en claro de la imagen de ambos sonrientes, es que en esa foto hay mucha gente y muy poco cerebro, cosa que no habría mejorado ni un ápice si en la instantánea hubiera salido Jaume Asens, que acompañó en la visita a la vicepresidenta, perdón, a Yolanda Díaz, digo, a la planchadora, yo qué sé.

Como nunca he hablado ni con Yolanda ni con ninguno de sus otros yos, ignoro si en una misma conversación va saltando del uno al otro sin avisar, si es así no ha de ser fácil seguirle el hilo.

–Verá, ministra, yo quiero saber si me van a encerrar en la cárcel y…

–Te confundes, Carles, era la ministra hace un minuto, ahora mismo soy la ciudadana Yolanda.

–Está bien, Yolanda, yo...

–¡Haga el favor de tratarme con respeto, ahora soy la señora Díaz!

Es de suponer que, fuera quien fuese la mujer de nariz pronunciada y sonrisa caballuna que visitó al Vivales, echara toda la carne en el asador para conseguir su objetivo, ya que le iba en ello cuatro años más de poltrona. Que una vez agotadas todas las ofertas políticas, monetarias, judiciales, eróticas y fiscales, y viendo que eran rechazadas una tras otra por el marqués de Waterloo, se sacara el as de la manga y mostrara su valía auténtica.

–Si vota usted a favor de Sánchez, le plancho las camisas.

–Lo siento ministra, pero...

–Ahora no soy ministra, ahora soy parte del servicio, para servirle, señorito.

–Pues te agradezco la oferta, guapa, pero ya me las plancha Comín.

Pese a las críticas, a mí me pareció muy bien la visita, aunque no sepa quién la llevó a cabo. Esas cosas con el tiempo se agravan, y esperar más habría supuesto fletar un avión ex profeso para transportar a tanta Yolanda Díaz como hubiera querido ir a ponerse al servicio del Vivales.

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