La hoguera

El cotilleo redentor

"Lo personal es político" se ha convertido, como dice Alejo Schapire, en la justificación del totalitarismo

Unos alumnos consultan sus móviles en clase.

Unos alumnos consultan sus móviles en clase. / ALBERT BERTRAN

Juan Soto Ivars

Juan Soto Ivars

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El lema sesentayochista de que "lo personal es político" resume la mayor degeneración social de los últimos años, por supuesto no como los filósofos de aquel momento la barruntaron. "Lo personal es político" se ha convertido, como dice Alejo Schapire, en la justificación del totalitarismo, es decir, en la coartada para legitimar una desvergonzada incursión de la muchedumbre, la empresa y el Estado, con toda su fuerza coercitiva y punitiva, en la vida privada de los demás. 

Le abrimos a este monstruo la puerta nosotros mismos, sin sospecharlo, cuando abrazamos una tecnología del exhibicionismo que premiaba nuestra vanidad con estímulos satisfactorios y nos permitía de paso cotillear en la vida de los demás. Por decirlo en román paladino, esto empezó con tu madre poniendo fotos del bautizo de tu sobrina en Facebook mientras veía Sálvame y ha terminado con un grupo de estudiantes expuestos y sancionados por una conversación privada en Whatsapp

Los sellos precarios que mantenían la esfera íntima protegida de la pública han ido cayendo a una velocidad constante y ofreciendo grato entretenimiento a las víctimas del cambio (todos). Pantallazos de perfiles privados de Facebook o de conversaciones por Whatsapp publicados en Twitter y luego en los medios de comunicación, canales de Youtube dedicados a un salseo de intimidades que era como una especie de 'Salsa rosa' 'amateur', grabación y publicación de lo que otra persona está contando por teléfono a gritos en el tren sin valorar su intimidad y un sinfín de conductas, que hubieran espeluznado a todos hace treinta años, se naturalizaron hasta el punto de hacernos creer que la transparencia exigible a los poderes públicos es equivalente a la que se nos exige a nosotros.

Perogrullada necesaria visto lo visto: no, no son los ciudadanos los que tienen que rendir cuentas ante la vigilancia cotilla, ni los que tienen que pedir perdón por unos mensajes en un chat, ni arrastrarse suplicando piedad en la interpretación malintencionada sobre sus actos privados. El hecho de que un linchamiento convierta en famoso a alguien no lo convierte en un personaje público. No son los estudiantes de ese grupo de Whatsapp quienes tienen que recibir un castigo, sino quienes deberían denunciar al rector de la Universidad de la Rioja por castigarlos, y a los medios de comunicación por difundir sus conversaciones. A este cotilleo redentor solo se le puede responder con portazos en la cara.

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