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El #seacabó del fútbol español

Al final, el triunfo en Sídney supondrá una reafirmación del fútbol femenino, y de una forma que Rubiales no esperaba

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Luis Rubiales, durante su intervención

Luis Rubiales, durante su intervención / RFEF

El presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, interpretó este viernes, con la misma zafiedad que mostró en el estadio de Sídney, el acto final de su carrera como dirigente deportivo. Alguien que demostró que sigue sin entender nada, ni el significado de actitud durante la celebración de la victoria de la selección femenina, ni lo intolerable de sus presiones posteriores, ni lo ofensivo de sus proclamas, no puede representar el fútbol español. Y no lo representa. Por supuesto, no a los millones de aficionados que se vieron reflejados en la victoria de las jugadoras de la selección y han visto entre estupefactos y abochornados cómo se ha emponzoñado. Si los aplausos que Rubiales recibió durante la asamblea de la Federación que convocó para reafirmarse en el cargo y los silencios o comunicados complacientes de algunos clubs y estamentos federativos (Barcelona y Real Madrid han quedado, por ejemplo, en mal lugar frente a la actitud de clubes como el Espanyol y el Girona) representan a sectores aún significativos del deporte español, estos deberían tomar nota. Están tan alejados del signo de los tiempos como el personaje que paseó a una jugadora por el césped como si ella fuera el trofeo y él el vencedor. 

Ese era el mensaje, más allá del beso con el que hizo valer su posición de dominio jerárquico sobre la jugadora Jenni Hermoso o de su ostentación testicular desde el palco. Y este viernes reincidió en cada una de sus palabras y actitudes. La que debía ser una gran fiesta de reafirmación del fútbol femenino (y lo acabará siendo, pero de una forma que Rubiales nunca hubiera esperado) parece que debía ser para él una exhibición de éxito de sus dirigentes, muy masculinos en el más desfasado sentido del término, desde el lenguaje a la mímica. No es que las explicaciones que dio Rubiales fuesen de nuevo insuficientes o inadecuadas. Es que encadenó, una tras otra, salidas de tono que por sí solas ya bastarían para hacer su destitución, ya que no ha querido dimitir, inaplazable. Cargar contra la deportista que ha confesado que se sintió agredida y después coaccionada, poner en duda su palabra, escudarse en el «ella fue» utilizando los argumentos más rancios del abuso, considerarse víctima del feminismo... Que aún hoy considerase explicable haberle dedicado un «ole tus huevos» al entrenador que se impuso a gran parte de su vestuario y excluyó a las jugadoras que no se doblegaron, el día en que se celebraba el triunfo del fútbol femenino, lo dice todo.     

El secretario de Estado para el Deporte y presidente del Consejo Superior de Deportes, Víctor Francos, tras expresar la decepción del Gobierno por la comparecencia de Rubiales y anunciar que dará los pasos necesarios para que sea inhabilitado, manifestó que «esto debe ser el #MeToo del deporte español». La lamentable actuación del pronto expresidente de la RFEF en efecto ha propiciado una catarsis, un movimiento que debe llevarse por delante mentalidades desfasadas y de paso estructuras enquistadas. Como debe ir sucediendo en cada sector donde el ejemplo inicial del #MeToo ha ido teniendo sus réplicas. Pero el valor de la reacción unánime de 81 jugadoras internacionales españolas merece que esta sacudida sea conocida por el propio lema que ellas han utilizado: se acabó. Y sobre todo, merece que efectivamente sea así. La dignísima actitud de las jugadoras y la imparable retirada de apoyos (de deportistas, políticos y patrocinadores) muestra que algo puede cambiar para bien tras este esperpento.