La insatisfacción independentista
Ahora la necesidad que tiene Pedro Sánchez de Carles Puigdemont son vitaminas dosificadas por los diferentes partidos y subfamilias de las formaciones, no aceptadas de igual forma por las plataformas que impulsaron las movilizaciones en la calle
Álex Sàlmon
Periodista. Director del suplemento 'Abril' de Prensa Ibérica.
Existió una amplísima mayoría de catalanes, ya que la comunidad tiene 7.783.302 millones de ciudadanos, que vivieron los días del 'procés' con angustia, preocupación, incertidumbre y en alguna ocasión miedo. Es difícil hacérselo entender a muchos independentistas que vivían aquello con ilusión, esperanza y unas sonrisas de supuesta revolución. Pero la marcha de muchas empresas y el vandalismo de aquellos días de octubre con coches incendiados y el asfalto resquebrajado, no fueron agradables.
Es cierto que el independentismo solo recuerda de aquellos años la 'Via catalana' y las manifestaciones pacíficas. Pero el resto tienen en la memoria el golpe a la legalidad del 6 y 7 de septiembre en el Parlament, el cerco a la 'conselleria' de Economía y las trifulcas en la plaza Urquinaona. La memoria siempre es selectiva.
Nadie puede negar que el Gobierno de Pedro Sánchez ha relajado la tensión desde aquellos días. La Catalunya 'indepe' ha olvidado la exaltación continua. Tiene una desagradable sensación de amargura y engaño. Todas las promesas se desvanecieron porque fueron humo, aunque al movimiento le cueste asumirlo todavía.
Ahora la necesidad que tiene Pedro Sánchez de Carles Puigdemont son vitaminas dosificadas por los diferentes partidos y subfamilias de las formaciones, no aceptadas de igual forma por las plataformas que impulsaron las movilizaciones en la calle. Y aquí se produce la gran duda, cuya respuesta está en la historia. Aquel nacionalismo catalán de Pujol siempre fue insaciable. El independentismo utiliza el mismo modelo. El objetivo es la independencia. Sánchez debería tenerlo claro ante cualquier pacto.
El votante catalán no independentista lo sabe. Lo vive diariamente. Desde el Congreso de los Diputados y la Moncloa se percibe todo diferente. Puigdemont, Junqueras y hasta Pere Aragonès negociarán con ese objetivo. La insatisfacción es inherente a la forma de hacer política nacionalista.
Es cierto que la constitución de la Mesa del Congreso es solo un capítulo. Sin octavos de final no hay finalísima. Es cierto que Puigdemont debe demostrar a sus colegas europeos que sabe negociar. Esa es una baza a favor de Pedro Sánchez. Pero los riesgos son demasiado altos.
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