Limón y Vinagre
Matías Vallés

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Periodista

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Nicolás Petro: no se inmolará por su papá

El colombiano se suma a la estirpe de los herederos presidenciales mezclados en negocios ilícitos, con personajes más turbios que las amistades juveniles de Feijóo

Nicolás Petro, durante una audiencia en el tribunal, el pasado domingo en Bogotá.

Nicolás Petro, durante una audiencia en el tribunal, el pasado domingo en Bogotá. / CONSEJO SUPERIOR DE LA JUDICATURA DE COLOMBIA / AFP

Los hijos de los presidentes americanos encarnan el género picaresco. Ivanka Trump, de quien su padre afirmó «saldría con ella si no fuera mi hija», se ha visto recompensada en cientos o miles de millones de dólares saudíes. Hunter Biden ha permitido que sus fotos sexuales con prostitutas fueran mostradas públicamente en el Congreso. Y moliendo café, el colombiano Nicolás Petro se suma a la estirpe de los herederos presidenciales mezclados en negocios ilícitos, con personajes más turbios que las amistades juveniles de Feijóo.

Ay del país en que los fiscales superan en intensidad a los políticos. Ocurre en Estados Unidos y en Colombia, ya no en España, donde la grey acusadora se ha pasado en masa al lado oscuro. El fiscal que ataca a Trump lleva un centenar de triatlones y los Iron Man correspondientes a sus espaldas. Y la Fiscalía General colombiana le ha arrancado una confesión de plano a Petro hijo, galán de fotonovela que le mezcló narcodólares a Gustavo Petro entre los fondos de campaña, reciclados pues en Petrodólares. No debería escandalizar, en un país donde los hipopótamos importados por Pablo Escobar atraen a los turistas, mientras campan a sus anchas atemorizando a los nativos. En un Estado gobernado por Bildu, con todos los matices que deseen agregarle a la salsa.

La corrupción se complementa con un escándalo de celos entre Petro hijo y su todavía esposa Daysuris Vásquez, la Lady Macbeth caribeña que no llora sino que factura. Y de remate, un conflicto tan sangrante entre el presidente colombiano y su primogénito, que solo puede acabar con al menos uno de los púgiles tumbado en la lona. Al conocer las acusaciones contra su vástago, Gustavo Petro sentenció «yo no lo crié», un veredicto de Corín Tellado que su descendiente detenido y liberado ha interpretado como una ruptura de hostilidades.

El hoy presidente colombiano guerrilleaba con el M19 cuando nació Nicolás, y en aquellos tiempos la conciliación familiar de los combatientes contra el Estado no estaba muy avanzada. De ahí que el retoño respondió al «no lo crié» con un «nos abandonó». Cuando su padre lo tachó de «delincuente» en una reunión con sus abogados, el corrupto confeso entendió que Abraham preparaba la pira para sacrificar a su hijo Isaac al Dios de la presidencia. Así fue como pronunció, tras mucha insistencia de la entrevistadora de la revista 'Semana': «No me inmolaré por mi papá ni por nadie, solo por mi hijo». El último actor incorporado a este culebrón no ha nacido todavía, ni habita por supuesto el vientre de Daysuris, aunque la madre es/era su mejor amiga.

En el nombre del hijo, la paradoja de Gustavo Petro establece que en caso de haberse consagrado a la educación que le reclama su heredero, no hubiera alcanzado la presidencia. A cambio, tampoco se vería ahora salpicado por una tormenta de fondos irregulares tramitada por el descendiente, a quien encomendó un papel decisivo en su campaña. «Sudé la camiseta más que nadie, para verme tratado como una pieza de ajedrez», responde Nicolás ante los esfuerzos del entramado presidencial por relativizar su papel. Le faltó un céntimo para atribuirse la victoria de papá, pero su frase más inquietante llega ahora: «Sé muchas cosas».

El poder supremo peca de hereditario, por última vez en la lejana Camboya, pero los hijos prefieren cobrar en Petrodólares. Llegada la hora de las confesiones, el fiscal pretendía un confinamiento domiciliario, pero el juez amplió el ostracismo de Nicolás Petro a la ciudad entera de Barranquilla. En la Roma imperial descrita con sublime ironía por Mary Beard, el padre o su hijo ya habrían sido eliminados mediante el veneno de ordenanza. También los dos Petro suspiran por la desaparición del hijo o el padre de sus entrañas, pero la operación se ve entorpecida en estos tiempos de tanto papeleo.

Nicolás Petro se sitúa en la pose forzada de quien se ha desengañado de la política en cuanto a dedicación esencialmente hipócrita, así que decidió cobrarse los esfuerzos y buscar nuevos caladeros. Al mismo tiempo, intenta «penetrar el misterio de las superioridades» de su padre, por recurrir a Proust. La esquizofrenia resultante se le presupone a un híbrido de la guerrilla marxista emparentado, por parte de madre, con la ultraconservadora aristocracia criolla. Hoy no desmiente sus crímenes, los negocia encomendándose a una paternidad futura que un cronista debiera enfocar con más prevenciones que la sufrida por el propio Nicolás Petro. Al menos, no nos salió terrorista como su papá, se consolará un optimista.                

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