Crisis sin precedentes
Eugenio García Gascón
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Lucha en Israel: aún no hay ganador, pero sí perdedor

Lo que se ve es una guerra sin cuartel contra un país que está desapareciendo, el gran derrotado que se resiste a batirse en retirada y ceder el paso a los nuevos e inquietantes tiempos

Las protestas masivas continúan en Israel por la reforma judicial

Las protestas masivas continúan en Israel por la reforma judicial / AGENCIAS

Con la aprobación por parte de la Kneset, a finales de julio, de una primera ley que limita las competencias del Tribunal Supremo, Israel ha entrado en una aguda crisis de incertidumbre política y social. La nueva ley da vía libre al Gobierno y al parlamento para adoptar decisiones que no estarán sujetas a los dictámenes de los magistrados. Aunque el alto tribunal ha anunciado que a partir de septiembre examinará los recursos que se presenten contra la ley, la situación se complica puesto que el Supremo debe intervenir en una cuestión que le afecta directamente, creándose una situación todavía más incierta.

En el fondo de la cuestión está el hecho de que el país ha cambiado radicalmente en los últimos lustros en que ha gobernado Benjamín Netanyahu. El Israel de ahora es muy distinto al del siglo pasado, cuando el movimiento laborista sentó las bases del Estado, y el país sigue cambiando de año en año de un modo significativo. Es un país más nacionalista y más religioso que antes, cuando ya lo era mucho, y es natural que la derecha, que capitaliza estas corrientes, quiera un Tribunal Supremo a su medida, puesto que el que hay se cortó a medida del laborismo, que ahora constituye una minoría ínfima e irrelevante.

El país se encuentra profundamente dividido, pero es la derecha la que cuenta con la mayoría de los diputados y eso le permite gobernar según sus deseos, lo que está causando un enorme desasosiego entre la población de izquierdas, de centro y de la derecha liberal que se opone a la figura de Netanyahu, quien junto con el fundador David Ben Gurion es quien más ha modelado el Estado, aunque en sentido contrario al de Ben Gurion.

A diario se producen disturbios por todo el país, especialmente en Tel Aviv y Jerusalén. Se cortan calles y carreteras principales y se hacen escraches a políticos de la mayoría. Todo está muy bien organizado, con la precisión de un reloj suizo. Las redes sociales bullen con noticias y las regurgitan las 24 horas del día. Cuando tal o cual ministro, cuando tal o cual diputado, llegan a sus domicilios, sea a la hora que sea, los israelíes se enteran en tiempo real, las redes lanzan convocatorias y en pocos minutos se concentran cientos o miles de personas en los lugares indicados.

Quienes organizan estas demostraciones de fuerza son a menudo militares y expertos en tecnologías que dirigen los movimientos cómodamente desde sus casas, gente incluso de la inteligencia militar con una enorme experiencia en materia de seguridad, que se formaron para ser eficaces en las redes sociales combatiendo al enemigo. Todo el país sigue con atención lo que esos gurús determinan en tiempo real. Las fuerzas de seguridad, especialmente la policía, son incapaces de controlar el desbarajuste general que lo mismo se manifiesta con una gran marcha a pie sobre Jerusalén que en el domicilio de un político o en una céntrica calle de cualquier ciudad.

Millares de reservistas, incluidos cientos de pilotos, han anunciado que no se sienten obligados a acudir a las bases donde habitualmente realizan su servicio de armas. Consideran que Netanyahu ha roto el contrato con ellos y por lo tanto ya no están obligados a cumplir su parte, no están obligados a sentarse en el avión y bombardear Damasco, por ejemplo. El Gobierno trata de capear el temporal y asegura que ese boicot no está afectando a la capacidad militar, pero la lista de esta especie de insumisos y desertores imprescindibles para el correcto funcionamiento del ejército no para de crecer.

La sociedad israelí nunca había sufrido una tensión semejante, y el resultado es incierto. Nada indica que Netanyahu vaya a rectificar o que la oposición vaya a terminar las protestas. La derecha cree que ha llegado el momento de cambiar el ritmo y la naturaleza del Estado frente a una oposición que quiere seguir jugando con cartas del pasado. Se asiste a un experimento interesante, con una derecha nacionalista y religiosa en permanente ascenso y una oposición oscurecida. Es difícil saber hacia qué lado se decantará la lucha pero, en cualquier caso, este Israel es un país distinto del que fue, un país que se alinea con otros países occidentales donde se registra un empuje cada vez más general del nacionalismo. En este contexto, Netanyahu tuvo el otro día un amago de ataque al corazón y le han implantado un marcapasos. Aunque asegura que quiere negociar, lo que se ve a diario es justamente lo contrario, una lucha sin cuartel contra un Israel que está desapareciendo, el gran perdedor que se resiste a batirse en retirada y ceder el paso a los nuevos e inquietantes tiempos.

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