Caleidoscopio

El regreso

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Julio Llamazares

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Paul Célan, poeta rumano de origen judío y lengua alemana, lo dijo como nadie antes: «En la fuente de tus ojos/ viven las redes de los pescadores del mar errante/ En la fuente de tus ojos/ mantiene el mar su promesa». Paul Célan hablaba de la nostalgia, una constante en su vida, que se convirtió en una característica estética. Otra poeta, la polaca Wislawa Szymborska, Premio Nobel de Literatura en 1996, lo dijo también a su manera, una forma más clara pero no menos profunda de escribir: «Con la descripción de las nubes/ debería darme mucha prisa/ en una milésima de segundo/ dejan de ser ésas y empiezan a ser otras…». 

Llegan las vacaciones y el regreso que supone para muchísimas personas a los lugares en los que quedaron otras representa para ellas una mezcla de euforia y de melancolía, de ilusión y de 'déjà vu' que se entreveran en sus corazones haciendo del tiempo una nube fugaz y a la vez un retorno (el eterno retorno del río en su fondo) al de la felicidad perdida. Todo ha cambiado pero permanece, todo es distinto e igual a la vez. Las montañas, el mar, los olores, el viento, el sabor y el sonido que nos emocionaron y nos emocionan como en los primeros días siguen siendo los de siempre, pero a la vez todo nos parece extraño, como si el año que ha transcurrido desde el anterior verano hubiese puesto sobre ello un barniz incoloro, pero un barniz que lo desfigura. La realidad y la irrealidad se juntan en el inconsciente, y, como en las ensoñaciones, esas que a la caída de la tarde o al amanecer lo transforman todo, el paisaje se convierte en un decorado que nada tiene que ver con el que recordábamos de otras veces. Tras el espejo opaco de nuestros ojos la realidad es la misma o muy parecida, pero en nuestro espíritu el peso de nuestros recuerdos es tan determinante como el de la realidad. Los paisajes son memoria, pero en verano lo son con mucha más fuerza.

Así que en el regreso a los lugares a los que somos fieles, sea por familiaridad o sea por haberlos elegido, llevamos junto con el equipaje el año de más que ha pasado desde el anterior verano, un año que, aunque fugaz como todos, ha dejado en nuestras almas el polvo de las desilusiones y el brillo de las emociones nuevas, ese barniz que cubre el paisaje transformándolo ante nuestros ojos. E igual ocurre con las personas que, mientras nosotros lejos, continuaron viviendo como si no existiéramos. Lo mismo que ellos para nosotros por más que al reencontrarnos finjamos que no fue así. Los saludos de recibimiento en los lugares de las vacaciones siempre han tenido algo de despedidas, de adioses anticipados, porque todos sabemos que lo serán de verdad muy pronto.

Hay un río y un mar para cada persona, un lugar en el que recuperar el tiempo y a la vez sentirnos desposeídos de él, y ninguno es mejor que otro aunque muchos presuman ingenuamente de que los suyos son mejores que los de los demás. Lo que les hace creerlo son los recuerdos y de ahí la melancolía que les embarga al regresar a ellos. Por eso recordar las palabras de otro poeta también rumano como Célan y también apátrida como él, por lo menos en el nombre, el radical Tristan Tzara, es algo que nos conviene a todos en estos días de vacaciones en los que regresamos a los lugares en los que fuimos felices y eternos una vez: «Volved humildes de corazón».