Elecciones 23J

El goce y el miedo

Quiero convencer a los excluidos de que la democracia no puede ser un lujo de ricos

Dispositivo de urnas y papeletas para las próximas Elecciones Generales del 23 de Julio

Dispositivo de urnas y papeletas para las próximas Elecciones Generales del 23 de Julio / JORDI OTIX

Ángeles González-Sinde

Ángeles González-Sinde

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Llevo días dando vueltas a este artículo, bloqueada ante el teclado. Quiero escribir un texto que conmueva a los que no piensan salir a votar este domingo, que les provoque, que movilice a los indecisos, pero también a los escépticos, a los reticentes, a los indiferentes, a los que creen que no votar mola, que abstenerse es darle una bofetada al sistema, a los que dicen que este juego no lo juegan porque está lleno de trampas. Quiero explicarles con honestidad, con sencillez por qué creo en las urnas, por qué he votado siempre, por qué nunca dejaré de hacerlo. Quiero contagiarles con razones y con emoción mi fe en que la democracia será imperfecta, pero no hay mejor sistema para organizarnos.

Nunca he podido compartir la indiferencia. Siempre he creído que la política es connatural al ser humano, que nos afecta hasta en lo íntimo. Quiero escribir un artículo que saque de su frialdad al que cree que total a él o ella le va a dar lo mismo lo que pase este domingo, no le va a afectar, a los que y a las que opinan que la política no va con ellos/as, porque la confunden con la burocracia, porque su día a día hace que el Parlamento les quede muy lejos y no lo sientan propio.

Quiero llegar a los que se sienten excluidos y nunca me leerán porque viven en otro hemisferio, aunque quede a pocos pasos de mi casa. Son los habitantes de barrios con más exclusión y más vulnerabilidad, donde menos participación suele haber. ¿Cómo es posible que este problema se dé hoy en Europa? ¿Será porque sobrevivir a situaciones duras consume toda nuestra energía física, mental, moral? Quiero convencerles de que la democracia no puede ser un lujo de ricos.

Por supuesto, ese texto que quisiera escribir persigue que los indolentes, los desconfiados voten, pero voten a la izquierda. Será un artículo interesado en el que expondré por qué creo que la coalición Sánchez-Díaz, Socialistas-Sumar, en un segundo mandato será mejor y más fructífera que en la pasada legislatura (que ya es decir) porque ya han hecho lo más difícil, han puesto a punto los mecanismos de la esclerótica máquina de la administración (ese andamiaje oxidado que hace que las políticas sean posibles o que no lleguen nunca a la ciudadanía por mucho que quieran ministros y presidentes), podrán consolidar iniciativas y emprender más acciones y mejores.

Sin embargo, aunque lograra escribirlo, sé que sentiría un nuevo miedo: temor a difundirlo. ¿Soportaré entrar en una polémica agria con quien defiende lo opuesto? Temo unas eventuales represalias, las listas negras, el pagar caro expresar mis ideas. Temo la agresividad que ensucia toda conversación sobre política y me hace refugiarme en mi nicho digital en el que solo recibo informaciones que me reafirman en mis valores. Temo, y por eso evito, las portadas de los diarios y los medios de la derecha, sus memes, bulos, insultos, porque me doy por aludida y me duelen. ¿Por qué? ¿Cómo hemos llegado a temer a quienes piensan distinto?

Me gustaría no sentir la angustia que siento en la víspera del día crucial, pensar que no nos jugamos tanto, confiar en que el oponente también quiere hacer bien las cosas, aunque sea de otro modo. Pero me cuesta, tal vez porque, según cumplo años, confirmo que no vivimos aislados, sino estrechamente vinculados y no puedo creer a quien no se siente concernido por lo que le ocurre a otros, a gente que no conocemos ni conoceremos nunca, cuyas realidades y vivencias son dispares de las nuestras, tal vez inimaginables, pero palpitan con la misma verdad.

Sé que mi miedo convive con el ajeno. Que los líderes de la derecha agitan fantasmas para atraer votos. Cavilo sobre la rabia de muchos, ese descontento que los lleva a sentir que en posturas extrema derecha habrá futuro. Calculo si poniendo nuestros distintos miedos sobre la mesa no podría haber entendimiento. Pero el mundo es demasiado grande. No hay mesa en la que podamos sentarnos todos más que el Parlamento.

Voy a votar a Sánchez este domingo porque la única manera de quitarme todos estos miedos es haciendo lo que esté en mi mano para que se reduzca la pobreza, la desigualdad, los ataques al medioambiente, porque solo me puede ir bien, si a todos nos va bien. Iré a votar pensando en que quizá tras tanta bronca aprendamos la lección y alcancemos el goce del debate político sano, de la confrontación de ideas para encontrar soluciones y avanzar. Depositaré mi papeleta pensando en aquello que decía Don Draper, el protagonista de 'Mad Men', que la felicidad es la ausencia del miedo.

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