Muere Ibáñez, leyenda del cómic

Pasión del abuelo, inteligencia del nieto

El milagro de este hombre magnífico, de este creador sin fronteras (ni de edad), es que jamás dejó de ser de todos, porque la risa es el único patrimonio que no se rompe por las puntas entre todos los que causan la alegría que las dictaduras de la sosería siempre andan tachando. 

FRANCISCO IBAÑEZ LANZA UN COMIC DE MORTADELO Y FILEMON SOBRE EL EURO,Image: 463467511, License: Rights-managed, Restrictions: , Model Release: no, Pictured: FRANCISCO IBAÑEZ, Credit line: Europa Press Reportajes / Europa Press / ContactoPhotoEditorial li

FRANCISCO IBAÑEZ LANZA UN COMIC DE MORTADELO Y FILEMON SOBRE EL EURO,Image: 463467511, License: Rights-managed, Restrictions: , Model Release: no, Pictured: FRANCISCO IBAÑEZ, Credit line: Europa Press Reportajes / Europa Press / ContactoPhotoEditorial li / Europa Press

Juan Cruz

Juan Cruz

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En la época en la que Manuel Vázquez Montalbán encontró una manera de burlarse de la solemnidad española buscando en la historia presente (es decir, la historia de ¡presenten, armas!) todos los elementos posibles de burla de la dictadura, el Mortadelo y Filemón o La Rue del Percebe de Ibáñez (by Ibáñez) nos regaló un modo de reír a carcajadas sin que se supiera que, también, nos estábamos burlando del régimen.

Por aquel entonces agonizaba el sistema y después agonizaría Franco, pero ambos, Vázquez e Ibáñez, mantuvieron la lucecita del Pardo iluminada con distintas maneras de tachar la solemnidad para destrozarla. 

Por esos tiempos, en la misma longitud de burla, los Beatles hicieron de 'Qué noche la de aquel día' una sátira mayor del vicio inglés, que incluía tomarse en serio hasta los orines que caían, libres, de los váteres del tren a las vías oscurecidas de Inglaterra. 

De alguna manera, Europa vivía aun en los ciclos imperiosos de la guerra, como nosotros mismos, que teníamos la guerra a ras de piel, y aquellos ingleses que reinventaron la alegría de cantar, y esos dos catalanes que ya se han muerto, nos dieron materia para seguir riendo. Bertold Brecht, víctima de la mayor guerra del siglo XX, dejó dicho por entonces que “también se puede reír en los tiempos oscuros”. Eso fue lo que nos pasó con uno y con otro: Vázquez Montalbán creó metáforas, desde el Barça a la autarquía, para burlarse del régimen, y aquellas viñetas de Ibáñez nos ayudaron a entender que no todo el monte era franquista, y que había otra manera de leer la vida.

Y a leer la vida, en fin, nos ayudó Ibáñez, cuando aun teníamos la edad que ahora disfrutan nuestros nietos. Mientras ellos venían al mundo, ya nosotros habíamos pasado de aquella época en que Mortadelo nos enseñaba surrealismo sin palabras, mientras que su jefe, como un forzado de la risa, trataba de poner en orden al más díscolo e inútil de los inspectores. 

Como aún éramos jóvenes creíamos que esos dibujos, aquellos exabruptos, iban a diluirse como lágrimas (de risa) en la lluvia, hasta que pasó el tiempo y nos dimos cuenta de que lo que nosotros pensábamos que había sido terreno nuestro, ofrecido por los personajes de Ibáñez para nuestro entretenimiento, había pasado a ser materia gris, y altamente risueña, del entretenimiento del que, primero los hijos y luego los nietos, las sucesivas generaciones hicieron gala para tachar el pasado y hacer que el presente mereciera otras risas. 

Las otras risas no las trajeron nombres nuevos, aunque los hubo, naturalmente, porque es feraz la herencia, porque ahí anduvo, hasta ahora mismo, Ibáñez rebañándole tiempo al futuro. Ibáñez, aquel empleado de Banca, de donde se sacan siempre buenas tiras, nos instruyó desde la Rue del Percebe, pero antes Escobar había hecho realismo mágico con las historias de Zipi y Zape, parte inclemente de la burla que merecía la solemnidad que tiraban por el váter del tren los audaces Beatles y antecedentes de las burlas que, por fortuna, ayudaron a sentir que la Transición era también un episodio que permitía una risa que tuvo también los apellidos de Tip y Coll.

Ibáñez es ahora patrimonio de los nietos. Lo bueno del caso es que nosotros, los abuelos, no lo miramos a hurtadillas. El milagro de este hombre magnífico, de este creador sin fronteras (ni de edad), es que jamás dejó de ser de todos, porque la risa es el único patrimonio que no se rompe por las puntas entre todos los que causan la alegría que las dictaduras de la sosería siempre andan tachando. 

Ahora que asoma otra vez esta sosería que se llama Vox es bueno tener en casa, al cuidado de los nietos, quizá, una buena colección de Ibáñez (¡y de Vázquez Montalbán!) para no perecer bajo la bruma de los tipos serios como los que los Beatles tiraban abajo del retrete de los trenes.