Gárgolas

Funambulismo y liturgia

La dinámica de unos pasos, de unos brazos como alas que, observados de lejos, parecían movimientos de una danza con un objetivo claro: mantenerse en la cuerda

Nathan Paulin, el mejor funambulista del mundo, cruza Barcelona a 70 metros de altura

Nathan Paulin, el mejor funambulista del mundo, cruza Barcelona a 70 metros de altura / Zowy Voeten

Josep Maria Fonalleras

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Hace más de 20 años, también en la programación del Grec, actuó en Barcelona, en la calle, en el Passeig de Gràcia, la compañía Royal de Luxe. Los integrantes son una mezcla de ingenieros, saltimbanquis y equilibristas que hacen mover, con sus movimientos acompasados, gigantes de forma humana que caminan y gesticulan gracias a los saltos y acrobacias de los actores. Entonces representaron una fábula llamada 'El gigante' que evocaba, claro está, las aventuras de Gulliver. Todos los que estábamos en las aceras abríamos la boca asombrados, liliputenses, ante la presencia de aquel hombre descomunal que paseaba y también saludaba. Hasta que, en un momento dado, te dabas cuenta de la evidencia. Aquel gigante no se movía solo, por supuesto, sino que avanzaba gracias a la pericia, sincronizada, de los hombres y mujeres de Royal de Luxe. Uno de ellos, arrojado al vacío, tensaba una cuerda que accionaba un brazo; otro tiraba con fuerza de otra cuerda, la de los pies, o pedaleaba para que la máquina, toda ella, funcionara.

Se juntaban en ese espectáculo dos características que también se han hecho presentes en la inauguración popular del Grec 2023, el equilibrismo de Nathan Paulin a setenta metros de altura, entre el edificio de la Telefónica y el de Generali, en la plaza de Catalunya. La ocupación inusual de un espacio cotidiano y la progresiva fijación no en el prodigio, sino en el ser humano que lo protagoniza. Cuando a las ocho en punto de la tarde del domingo emprendió el primer viaje, el de ida, sobre el estrecho cable de nailon que oscilaba sobre las cabezas de los que miraban hacia arriba, de las que veían el cielo azul en el que nunca se fijan, en ese instante, lo contemplabas en su fragilidad y su valentía, funámbulo que se enfrenta a la atracción del vacío. Después, poco a poco, te invadía una cierta calma, quizás la misma que él reconocía (“lo que más me gusta es la concentración que exige; es como meditar”) cuando decía que entraba en la dinámica de unos pasos, de unos brazos como alas que, observados de lejos, parecían movimientos de una danza con un objetivo claro: mantenerse en la cuerda. ¿Qué piensa de verdad Paulin cuando el funambulismo se convierte en esta liturgia? Puede que solo avanzar, centrarse en el cable y olvidar todo lo demás. Debajo, mientras tanto, a pie de calle, todo era diferente, y la tarde soleada, y el cielo pausado, y todos los demás empequeñecidos, liliputenses ante un vuelo espiritual.

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