La espiral de la libreta

Entre el Titanic y la selva amazónica

Dos sucesos concomitantes en condiciones extremas de supervivencia

Así es el 'Titan', el submarino que llevaba turistas al 'Titanic'

Así es el 'Titan', el submarino que llevaba turistas al 'Titanic' / OCEANGATE

Olga Merino

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Cada uno es muy libre de gastarse los monises en lo que le plazca, faltaría más, pero de tener 250.000 euros en el bolsillo, dudo que los hubiera invertido en una excursión metida en un batiscafo claustrofóbico para contemplar durante un par de horas el pecio del Titanic, hundido en 1912 tras chocar contra un iceberg a 600 kilómetros de la isla de Terranova.Puedo comprender el placer del riesgo, la tentación del abismo, el latigazo de adrenalina, pero ni aun así. En cualquier caso, ahora mismo no cabe el sermoneo: si están vivos, si todavía queda algo de oxígeno en la atmósfera enrarecida del minisubmarino, cinco hombres aguardan desesperadamente el rescate a 3.800 metros, en las profundidades marinas, entre la oscuridad absoluta y el silencio de las anémonas. En las últimas horas vienen escuchándose series regulares de golpeteos rítmicos, como si los eventuales supervivientes estuviesen haciendo turnos para mandar señales de humo acústico. No dejen de buscarnos.

Hace apenas un par de semanas, saltaba otra noticia que parece el reverso de este naufragio, la otra cara de una misma moneda: el salvamento de cuatro niños colombianos en la selva del Guaviare, en la región amazónica. Los cuatro hermanos dejaron atrás el enclave donde se estrelló la avioneta en que viajaban —habían perdido a la madre en el siniestro—, huyendo hacia la vida. Los cinco varones no huían de nada —¿acaso del tedio?—, tal vez buscando un chispazo de vida en las estribaciones de la muerte, en el filo del peligro. Nueve personas extraviadas, en condiciones extremas de supervivencia. A veces, según la crónica que leas, da la impresión de que los chavales no tenían demasiado anhelo en ser encontrados.

El goteo de los árboles

En ambos casos, se han desplegado sofisticadas tecnologías para el rescate, pero a los niños los salvó el conocimiento del medio. Lesly (13 años), Soleiny (9 años), Tien (4 años) y Cristin (12 meses), indígenas de la etnia uitoto, sabían qué frutos debían comer y cuáles escondían veneno; bebían el agua que goteaba de las hojas colmadas de lluvia, en lugar de saciar la sed en los engañosos arroyos. Un indio llamado Henry Guerrero, que había participado en la búsqueda, declaró a la prensa colombiana: «Tenemos unos conocimientos importantes. Nosotros le ganamos a la tecnología de ustedes. Aquí no valieron satélites. Valió el yajé (la ayahuasca)".

Ambos sucesos vuelven a atirantar el eterno arco entre naturaleza y cultura, una horquilla entre cuyas dos púas cabe el universo entero, toda la fascinante aventura del ser humano: el misterio de la vida y el de la muerte, la ambición, la sed de conocimiento y el instinto de supervivencia. 

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