Una forma de autoritarismo

La corrupción que no cesa

Últimamente abundan las mentes que desprecian las instituciones democráticas porque no las entienden. Se admira a quien exhibe "ideas claras" y ejerce el poder como manera de reafirmarse en el mismo, visualizando que hace lo que le da la gana

Archivo - Fachada de la Fiscalía Anticorrupción

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Jordi Nieva-Fenoll

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Tomo prestado el título del extraordinario libro de poemas de Miguel Hernández -'El rayo que no cesa'- para explicar una pequeña historia que nos afecta a todos y sobre la que existen variadas opiniones. Me refiero a la corrupción en España y a la averiguación de sus razones. Es un empeño difícil en este momento porque la enorme mayoría de ciudadanos la ha normalizado y ya no afecta a su voto, ni tan siquiera a su estado de indignación.

Se nos ha contado de diversas formas que la tendencia a la corrupción en este país proviene del franquismo, del trauma de haber vivido una dictadura que, por definición, es corrupta porque la minoría dirigente hace incondicionalmente lo que quiere, y quien discrepa es insultado, marginado, encarcelado y hasta ejecutado. Casi cuarenta años son muchos, ciertamente, para acostumbrarse a que absolutamente nada es posible si no se cuenta con una influencia en quien ostenta el poder, resignándose así a que existen personas intocables y que la única manera de prosperar es acercándose a ellas.

Caciquismo

Mi hipótesis es que ese modo de hacer es muy anterior al franquismo. La monarquía absoluta es un tipo de dictadura como cualquier otra, y España tuvo ese tipo de régimen al menos hasta 1835, y derivadas más o menos autoritarias del mismo hasta el abrupto final del reinado de Isabel II en 1868. Incluso después de esa fecha y con poquísimos paréntesis, la política era solamente cosa de una élite, estando el país sometido en su ámbito rural –que fue hasta los años 50 del siglo XX la enorme mayoría del país– a un espantoso caciquismo cuyos tristes restos aún pueden observarse hoy con bastante claridad en Galicia y Andalucía sobre todo.

La corrupción no es más que un tipo de autoritarismo, porque supone hacer lo que se desea al margen de cualquier norma. Es ostentar ilegítimamente el poder absoluto en una situación. Suele servir para obtener indebidamente dinero, pero también para conseguir cualquier tipo de ventaja en las más variadas ocasiones: prioridad para visitarse, mayor rapidez en un expediente administrativo, trato de favor en un concreto ámbito, etc. Es la resurrección, puntual o más generalizada, de lo que solo es un privilegio ilegítimo en detrimento del resto.

Considerando así la cuestión, España ha sido siempre un terreno abonado para ese tipo de prácticas. Las estructuras autoritarias han existido desde muy antiguo y, lo que es peor, existe una ciudadanía muy dispuesta a vivir en ellas y hasta en cierta medida cómoda con el sistema de funcionamiento. No es solo culpa del franquismo. Franco y los suyos encontraron un lugar perfectamente organizado para colocar a sus afines en una estructura de poder que ya existía, solo efímera y parcialmente desmantelada por la República. Bastó con sustituir a los antiguos jefes, si es que no eran ya de su cuerda, manteniendo la mentalidad tradicional de la población y extendiendo el funcionamiento autoritario a cualquier sector de la sociedad. Joaquim Bosch y Antonio Maestre, entre otros, han dado buena cuenta de las consecuencias de todo ello.

Paréntesis de 'desorden'

Y entonces llegó la democracia, algo que, insisto, salvo paréntesis extraordinariamente puntuales, no había existido jamás aquí. Se habían aplastado o suavizado de un modo u otro las diversas revoluciones liberales que sí triunfaron en otros lugares de Europa. Muchos suelen referir esos paréntesis como un 'desorden', magnificando los múltiples problemas de gobierno que surgen al darle la libertad a una población acostumbrada a las certezas de lo autoritario, lo que deriva en una incapacidad absoluta para negociar y llegar a acuerdos porque siempre hay quien no quiere ceder, sino solo mandar, eliminar al rival y acusarle de ilegitimidad si gana las elecciones. Son esas mentes que desprecian las instituciones democráticas porque no las entienden, copándolas con sus acólitos para ejercer el autoritarismo desde ellas.

Lamento decir que últimamente abundan esas mentes. Se admira a quien exhibe 'ideas claras' y ofrece incluso una imagen de frivolidad ejerciendo el poder como manera de reafirmarse en el mismo y reírse de la institución que ocupa, visualizando que hace lo que le da la gana. Un Nerón cualquiera. La población aplaude si son 'los suyos'. No, no corren buenos tiempos.

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