Coger el toro por los cuernos
Es mucho más de fiar alguien acostumbrado a jugarse la vida ante un morlaco que los políticos catalanes que prometieron la republiqueta a sus votantes y, al primer amago de embestida, tiraron la muleta
Ya me gustaría a mí en Catalunya tener de ‘conseller’ de la Generalitat a un torero, como en Valencia, donde va a serlo Vicente Barrera. Cierto es que apellidándose Barrera tenía pocas opciones laborales: o sea hacía torero o se hacía ferroviario, supongo que pesó en la decisión el sueldo de un oficio y el del otro. No ha sentado muy bien en algunos sectores que un matador dirija la política cultural, deben pensar que lo suyo sería que estuviera a cargo de la sanidad, no tanto por matador como por aquello de que los toreros se prodigan en las visitas a hospitales.
Es mucho más de fiar alguien acostumbrado a jugarse la vida ante un morlaco que los políticos catalanes que prometieron la republiqueta a sus votantes y, al primer amago de embestida, tiraron la muleta y echaron a correr hasta el burladero más próximo, aunque este estuviera en Waterloo, que ya es correr. En política hay que agarrar siempre el toro por los cuernos, parece que en Valencia lo van entendiendo. Uno ve el currículum de los miembros del Governet catalán, y la mayoría no ha hecho otra cosa que trabajar en la administración pública toda su vida, que es lo mismo que torear de salón: no han corrido jamás riesgo alguno en su vida laboral, así cualquiera. Se podía haber aprovechado la reciente remodelación del Governet para incorporar en él algún diestro, pero al final no entró ni siquiera un novillero, y así no hay manera. Aunque es cierto que, en comicidad, el Governet nada tiene que envidiar a la cuadrilla del Bombero Torero, con sus enanos y todo, pero estos por lo menos arriesgan con toros de verdad.
Los toreros, además, son pozos de sabiduría, supongo que lo de tontear a menudo con la muerte hace que uno vea la vida de otra manera. Yo no conozco a ninguno, lo más parecido a un torero que he tratado es Diego, un jubilado granadino con quien me tomo unos quintos de vez en cuando en el bar La Tahona, debajo de casa. Diego ejerció de matarife, o sea que mató más reses él en su vida laboral que el Gallo en la suya. Algo de sabiduría habrá adquirido, aunque practicara su arte sin público ni le concedieran la oreja después de una buena faena, lo malo de matar en la intimidad es que a uno no le reconocen la excelencia. Cuando salen políticos catalanes en la tele de La Tahona, Diego se ríe, lo que confirma su sabiduría. Ponga un torero en su gobierno, y olé.
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