Ágora

Las energías renovables, el chivo expiatorio

Ahora que toca cambiar de rumbo, convertimos a las energías renovables en cabezas de turco para "no mirar arriba"

Parque eólico marino.

Parque eólico marino. / pixabay

Sergi Nuss Girona

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Las energías renovables representan un paupérrimo 5,8% del consumo de energía en todo el mundo (en Catalunya, un 5,4% en 2019). Sin embargo, ha hecho fortuna la afirmación de que no estamos haciendo una verdadera transición energética, sino que estas se añaden a las fósiles que siguen creciendo. Es cierto que la demanda de energía sigue creciendo a nivel global, pero esto no es culpa de las renovables.

La culpa es de un modelo de desarrollo socioeconómico global basado en dos factores insostenibles por naturaleza. El primero es un metabolismo material y energético lineal: de extracción, explotación y deyección. Por lo que respecta a materias primas, en Europa consumimos cada año 15.700 kg de materiales por habitante y solo el 44% se reciclan o quedan fijados; el 56% restante son residuos vertidos. ¡Corresponde a 221 veces el peso de un europeo, cada año! En cuanto a la energía, en 2020 a nivel mundial se produjeron 21.800 millones de metros cúbicos de combustibles fósiles. Esto equivale a una montaña de 2,8 km de altura, 2,8 km de fachada y 2,8 km de profundidad. ¡Cada año también!

El segundo factor es el crecimiento económico. Todos los países (capitalistas, comunistas y dictaduras) basan la satisfacción de necesidades, servicios y progreso de la sociedad en un modelo de expansión continua del PIB. Es un pilar tan monolítico de la civilización actual, que impregna incluso a todos los modelos de lucha contra el cambio climático del IPCC. Las renovables no tienen la culpa del primero ni del segundo de estos factores. Y tampoco tienen la culpa de que los estados que no disfrutan de nuestro nivel de vida (cada habitante del Norte Global es como tres del resto del planeta en cuanto a materiales y energía) quieran 'atrapar' a los países ricos en renta y acceso a bienes , tecnología y servicios.

Las renovables tampoco son las culpables de que en los últimos 30 años la globalización neoliberal haya alimentado la deslocalización industrial hacia Asia, Magreb y Latinoamérica, aunque ahora se despierten los estados europeos ante el hecho de que los materiales críticos para la transición energética y su procesamiento estén básicamente en manos de China. Nos hemos acostumbrado a vivir como reyes ignorando de dónde vienen los productos que compramos, ignorando qué pasa cuando nos deshacemos de ellos y obviando aún más la energía que ha sido necesaria para producirlos y la que hace falta para sostener el tren de vida que llevamos. Hemos convertido el hiperconsumo en la norma. Y ahora que toca cambiar de rumbo, necesitamos un chivo expiatorio para “no mirar arriba”; para no confrontar el hecho de que debemos consumir menos.

Hay excelentes publicaciones explicando que debemos decrecer, pero por ahora, desgraciadamente, su mayor éxito es nutrir la oposición a las renovables, que las necesitamos sí o sí si queremos empequeñecer el gigantesco cubo de fósiles que quemamos año tras año. Este año, para respetar el límite científico del año 2030, Catalunya debería recortar un 6,2% las emisiones de CO2, pero no lo hará. Es un paso más hacia el abismo. Desde el Gloria (2020) y la actual sequía en Catalunya los impactos del cambio climático y la contaminación han costado el equivalente a 2.500 millones de euros, un peaje que crecerá sin cesar si no actuamos de forma inmediata y decidida. Pero el problema son los aerogeneradores y placas en el paisaje que nos ahorrarán 20 o 30 años de emisiones. Hemos convertido las renovables en el chivo expiatorio de un sistema que no sabemos y -me atrevería a decir- que no queremos cambiar. Ya lo hará la generación de nuestros hijos y nietos, con lo que les quede de civilización.