ASUNTOS PROPIOS

Alonso Caparrós: "Siento una imperiosa necesidad de escapar"

Alonso Caparrós

Alonso Caparrós / Jordi Cotrina

Núria Navarro

Núria Navarro

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Sálvame y su corte se despedirán en breve. Uno de los colaboradores, que lleva seis años, Alonso Caparrós (Madrid, 1970) –que en los 90 rozó la gloria con el programa 'Furor'–, dice que el circo de Telecinco le "salvó" tras una vida deshecha por las adicciones. Limpio, disfrutón y con ganas de echar un cable al prójimo, publica 'Empieza de cero' (Planeta), su personal método para engancharse a la vida (la droga ni se menciona).

¿Qué palabras describen su estado actual?

Optimismo, alegría, renacimiento, superación, esperanza.

¿Y eso gracias a (la venenosa) 'Sálvame'?

Fue en contexto perfecto para la recuperación. ¿Sabe por qué?

Ni lo imagino.

La primera vez que fui a un voluntariado, en Oncología del Hospital de Guadalajara, se me acercaron mujeres mayores, machacadas por la quimio, diciéndome: "Gracias, me aliviáis". Por otra parte, ha sido el lugar apropiado para practicar la paciencia y la contención. Antes de ir, hacía, hago, tres cuartos de hora de meditación. Me preparo para lo que quiero conseguir, sin dejar de ser yo mismo. Es como ir a un banco de pruebas.

Parece ser que se acaba.

Mis compañeros, del primero al último, estamos muy tristes y dolidos. Pero, entre usted y yo, tengo 52 años, llevo 30 en televisión, no me considero un incapaz y me conozco más que antes. Tras salir de donde he salido –estuve internado, me llegaron a hacer electrochoques–, no me da miedo lo que pueda pasar. Es más, me pone.

¿Se consuelan entre ustedes?

Me llevo bien, pero no tengo grandes amigos allí adentro. Yo vivo en el campo.

¿En la cúpula de la tele se le perdona el pasado?

Estoy convencido de que no me ofrecen presentar porque a los directivos les frena mi pasado. Toda la gente que ha pasado por lo mismo que yo ha quedado relegada a programas como Hermano mayor, o a ser coach. Estaría bien normalizar.

¿Por qué alguien que, como usted, tuvo éxito, cayó?

Cuando miro aquella etapa me veo como un estúpido. ¡Qué tonto era! No pensaba. La única forma de universalizar nuestro sufrimiento es compartirlo con los otros, pero nos hemos inventado una manera de vivir en la que cada vez estamos más solos. Yo entonces no lo ví, me faltó esa educación.

¿Sobre qué exactamente?

Sobre cómo funciona nuestro cerebro. Empecé a descubrirlo cuando, a los 43 años, comencé con la meditación. Vi cómo los pensamientos no pedían permiso para entrar: pasaban de manera caótica, se iban y dejaban ira, rabia, odio. La mayoría de decisiones que me llevaron adonde me llevaron estaban relacionadas con el miedo. Tenía miedo hasta de vivir. Me gusta tanto que me da coraje que se tenga que acabar. Optas por la rebeldía, pero el indolente universo no te escucha.  

¿Empezó ahí la puesta a cero del marcador?

Empezó con la aparición de mi mujer, Angélica, un ser excepcional, lleno de bondad. Ella dio paso a valorar a muchas personas que dejaron en mí una huella de cariño y protección: un profesor, el portero donde vivía... Empezó la tarea del cambio.

¿Empezó a recuperar a sus hijos. ¿En un viaje a Auschwitz?

También pasamos por Verdún. Primero, lo importante no era el destino, era el viaje. Y porque es un lugar que hace patente hasta dónde podemos llegar si nos dejamos arrastrar por nuestro lado oscuro. No podemos olvidar eso, porque sigue sucediendo. En Ucrania, en Somalia...

Caramba.

Para cambiar el mundo hace falta asumir que tenemos que pasar por una travesía del desierto, que vivir con menos cosas. El problema no es lo que nos pasa, sino lo que no hacemos con los que nos pasa. Como se funden los casquetes polares, los navieros dan saltos de alegría, porque pueden abrir nuevas rutas comerciales. Mi libro de cabecera es Desobediencia civ il de Thoreau.

Mire que Ana Rosa no le va a llamar a su corrillo...

No, no. Pero es muy maja.

¿Ya no le muerde el pasado?

Solo me molesta cuando lo tergiversan los demás. Cuando me vuelven imágenes del pasadon con la intención de torturarme, me siento tranquilamente, les ofrezco un té y hablamos un rato. Y he obtenido una ganancia que me atormenta: cada vez más siento una imperiosa necesidad de escapar de esta manera de vivir que nos hemos inventado. Mi sueño pasa por comprar una autocaravana y viajar. El idealismo me ha llegado ahora.

¿Es verdad que cultivará abejas?

Vivo en un pequeño pueblo de la Alcarria, estoy muy concienciado con el cambio climático, me gusta la naturaleza y la soledad. Y las abejas son animales fascinantes. Es un proyecto para tres años. También tengo una empresa de reformas y una de eventos. 

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