Atrapados
Temerosos de que los medios participemos de reducir sus mensajes y los acusemos de racistas o clasistas, o que señalemos su incapacidad para gestionar problemas complejos, los partidos de la centralidad y la izquierda no abordan con transparencia algunos problemas
Agnès Marquès
Periodista
Llevamos ya muchos años girando en torno a lo políticamente correcto y empezamos a ver algunos de sus efectos perversos, seguramente poco calculados. De esos efectos para los que necesitas perspectiva, como para ver crecer la hierba. Ha acabado por convertirse en una especie de jaula dorada para la realidad, entre los barrotes de la cual se escapan los radicalismos, especialmente el de derechas. El centro y la izquierda política deberían ser valientes a la hora de abordar temas complejos como la inmigración, la marginalidad, el problema de acceso a la vivienda, el encarecimiento de la vida, la seguridad. Son problemas complejos, de solución lenta, cargados de matices, que rentabilizan los extremos al simplificarlos. Contienen una larga gama de grises para los que ya no tenemos capacidad de atención. Ni paciencia ni ganas, porque nos hemos acostumbrado al ritmo del desplazamiento de 'posts' en las redes sociales, acción-reacción, y también porque hay quien aprovecha para coger el atajo de las soluciones simples y binarias, los buenos contra los malos. Claro, la jaula de lo políticamente correcto y el propósito necesario de no estigmatizar determinados colectivos impide pronunciar con las palabras exactas algunas problemáticas. Por ejemplo, en materia de seguridad u ocupación. O que sea un deporte de riesgo decir que alguien que cobra tres mil euros en Barcelona puede tener problemas para llegar a fin de mes. No debería ser tan arriesgado, es un dato que debería darnos la medida de que cada vez son más difíciles las cosas para más gente, incluso los que cobran un sueldazo, cosa que es una mala noticia para los que ya estaban mal antes.
Temerosos de que los medios participemos de reducir sus mensajes y los acusemos de racistas o clasistas, o que señalemos su incapacidad para gestionar problemas complejos, esos partidos de la centralidad y la izquierda no abordan con transparencia algunos problemas. Los extremos, que lo huelen, lo dicen alto y claro, y sin los matices imprescindibles. Y los medios jugamos, a veces, les hacemos el juego. La realidad es muy compleja. Si hay alguien con ganas auténticas de frenar el auge del radicalismo, si se considera un problema esencial que los jóvenes sientan un apego especial por el frontismo, si preocupa, por ejemplo, ver a menores haciéndose fotos con los líderes de Desokupa, alguien tiene que abordar de cara i con responsabilidad y transparencia los problemas sociales. Y solo cabe cruzar los dedos para que la sociedad los entienda con madurez . Vale la pena correr el riesgo, lo peor que puede pasar es que el resultado sea el mismo que si no lo intentan.
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