Literatura infantil

Un padre como Zambra

Hay muy pocos libros sobre progenitores primerizos: esa criatura de mirada hueca, sonrisa estúpida, barriga cervecera pero bíceps de estibador de tanto cargar

Espejos retrovisores para controlar a tu bebé mientras conduces

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Miqui Otero

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No es fácil entender la coronación de un Rey en 2023, pero por suerte me acompañan los más lúcidos analistas. 

- ¿Con qué dinero han podido comprar una carroza entera de oro? -dice el de cinco años.

- Los soldados están tristes -la de dos.

- Quiero ese disfraz, el del amigo de Batman -el de cinco, sobre el hábito del arzobispo greco-ortodoxo.

- Los mejores sombreros son los de los caballos -la de dos.

- ¿Y a los Reyes Magos no los han invitado? -el de cinco.

Sobre el brazo del sofá, reposa el nuevo libro de Alejandro Zambra. Pensaba leerlo hoy mismo, pero estoy ocupadísimo en descubrir que hasta algo tan antiguo como esta ceremonia es rotundamente nuevo visto en la compañía idónea.

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Celebro la publicación de 'Literatura infantil' (Anagrama) gritando gol. Yo de este autor leería hasta la lista de la compra. Si algún día ordenara mi biblioteca por orden alfabético (es tan improbable como que me convierta en monárquico), pondría uno el primero (la A de Alejandro) y otro el último (la Z de Zambra).

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La literatura es como un padre en las primeras semanas después del parto. La madre, aún convaleciente, suele dar el pecho, así que la pareja tiene que compensar su inutilidad del modo exageradamente voluntarioso con el que un invitado que no sabe cocinar pregunta a quien suda entre fogones: ¿Te bato un huevo? ¿Pongo los cubiertos? ¿Te abro un quinto?

Con esto quiero decir que hay demasiados libros sobre los tormentos del hombre heterosexual, y bastantes de hijos que ajustan cuentas con el padre, pero muy pocos sobre ese padre que se estrena en el papel: esa criatura de mirada hueca, sonrisa estúpida, barriga cervecera pero bíceps de estibador de tanto cargar. Antes el padre compraba puros y los regalaba en la sala de espera. Ya no se fuma en los hospitales. Y se espera de él algo más. Algo más que la anterior generación. Algo que Zambra descubre cuando lo escribe.

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Michael Chabon contó muy bien esa sensación, cuando una abuelita vio cómo le compraba unos Doritos a su hijo en el súper y exclamó: qué buen padre. Se preguntó entonces qué debería hacer una madre para inspirar un comentario parecido: “Quizás realizar una traqueotomía de emergencia con un boli Bic a su hijo mayor, mientras acuna al pequeño y compra comida sana para alimentar durante dos semanas al reparto completo de 'El rey león’”. 

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Así que Zambra empieza a escribirle a su hijo desde veinte minutos después de nacer. Lo hace sin frenos, sabedor de que algunos lo tacharán de cursi. Entonces incluye en el texto el aparato que sostenga su dicha: “A la hora de escribir sobre nuestros hijos, la felicidad y la ternura desafían nuestra antigua y masculina idea de lo comunicable”. Los niños caminan y lloran como adultos borrachos y algunos padres hablamos como sentimentales beodos. Considero óptimo asaltar el islote de la ternura. O quizás solo compartimos “ese problema crónico del entusiasmo”.

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Recuerdo una dedicatoria de una novela: “A mis dos hijos, sin cuya inestimable colaboración este libro habría sido publicado dos años antes”. Zambra hace lo contrario. Un amigo le pregunta cómo pueden soportar el confinamiento del covid teniendo un hijo. Cómo puedes soportarlo tú sin tenerlo, piensa y no dice él.

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Dice Zambra que la amistad masculina se basa en gestas épicas de borracheras juveniles. Pero que podría tener más que ver con una tarde en casa cuando te quedas con los niños y te visita un amigo. Yo eso lo descubrí en pandemia, durante los confinamientos, cuando mis amigos traían packs de birra y Bocabits para venir a verme en el parque infantil. Estaba prohibido, así que cuando me parecía ver un coche de policía, tomaba al mayor como escudo humano y lo sostenía con la postura del babuino Rafiki cuando le muestra al mundo al bebé león, Simba.

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“Nunca vamos a olvidar / la belleza de tu rostro / mientras tomabas calostro”, escribe Zambra en uno de los poemas que incluye. Y me parece valiente publicar esa rima y también tan encantadora como el “no hay marcha a Nueva York / y los jamones son de York” que le canto a los míos cuando les preparo un bikini.

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También cita a Turguénev: “Los niños sirven para que los padres no se aburran” (ni siquiera viendo la coronación de un rey inglés). Aunque a mí me gustaría añadir lo que dijo Santiago Alba Rico cuando le preguntaron para qué sirven los hijos. “Para cuidarlos”, contestó, “para volvernos cuidadosos”.

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Tener un niño es ver todo por primera vez. O más bien, ver por segunda vez todo por primera vez. Es curiosidad, descubrimiento y memoria. Es decir, es escribir. “Toda literatura es, de algún modo, literatura infantil”. Lean literatura. Leed literatura infantil. Lee 'Literatura infantil', de Alejandro Zambra.

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