Apariencias sociales

El lujo silencioso de ‘Succession’ se inventó en Sant Gervasi

La discreción sobre la propia riqueza, ahora de moda, quizá la inventamos en Barcelona, donde nadie quiere aparentar

Un fotograma de la serie 'Succession', de HBO

Un fotograma de la serie 'Succession', de HBO / HBO

Miqui Otero

Miqui Otero

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Esos dos que charlan en un bar llevan jerséis lisos y negros aparentemente idénticos: un ojo no entrenado en estas sutilezas jamás verá que el de uno de ellos cuesta 30 euros y el del otro, mínimo 300.

Ya va siendo hora de que se invente un Shazam de pijos en Barcelona, una aplicación que en lugar de adivinar la canción que está sonando en un bar o en la tele sirva para informarnos de cuántas cuartas residencias, o ceros a la derecha de patrimonio paterno, tiene esa persona que parece clavada a ti.

Estos días, al hilo del éxito de la serie ‘Succession’, sobre un clan de magnates de la comunicación, se habla mucho de la idea del lujo silencioso. “If you know, you know”, es la máxima del tipo de marca de ropa discreta que visten sus multimillonarios protagonistas. En uno de sus episodios, el primo tonto del clan lleva a una cita advenediza a una de sus francachelas y su bolso, marca Burberry, la delata. Es demasiado grande (¿quiere llenarlo de canapés para poder cenar esta noche?) y, sobre todo, es demasiado ostentoso (no por su precio, unos 3.000 euros, sino porque es evidente que se ha esforzado en pagarlo y en mostrar la marca). Los que la miran mal, sin embargo, llevan una gorra de 600 o una cazadora deportiva de 7.000, pero la clave es que eso “solo lo saben los que saben”. A cierta distancia, y con buena voluntad, hasta un jersey Uniqlo puede parecerse a uno de la marca de Brad Pitt (2.500 euros).

Parece que en la pasarela también se opta por el minimalismo y que se jibarizan los logotipos, y que las ‘celebrities’ huyen de la estridencia, y cuando leo todos los textos que analizan semióticamente esos vestuarios pienso: esto me suena, mucho.

El dinero en otros lugares se exhibe con más desparpajo, pero en mi ciudad se tiende a difuminar. Donde algunos han visto tradicionalmente una señal de buen gusto (de clase, dirán algunos, acertando involuntariamente), otros pueden ver una forma de preservar patrimonio (se guarda mejor una fortuna invisible… y en las películas siempre pillan al tonto útil que se compró demasiados relojes caros). Además, un pijo no tiene necesidad de mostrar nada (ni logotipos ni cochazos), porque no tiene nada que demostrar (no le hace falta). Así, ‘Succession’, donde no verás un Ferrari, sino un Tesla, es muy parecido al párking del Esclat de l’Empordà (donde proliferarán coches grandes, sí, o buenos pero algo tronados, una cesión de la tieta, pero donde no detectarás mucho descapotable deportivo de “notas” o de “nuevo rico”).

Uno puede catalogar rapidísimamente las pintas de un ejército de Cayetanos esteparios, incluso el ‘look’ Saimaza de cierta Costa Brava, pero no es tan fácil interpretar el de un barcelonés con profesión creativa. Esto me lleva a afirmar que esto del lujo silencioso, de lo que tanto se habla ahora en Estados Unidos, se inventó en mi ciudad. Aquí, en realidad, no existen los pijos (una de las frases favoritas del pijo es: “ese es pijísimo”, hablando de un tercero), porque nadie dice serlo ni quiere aparentarlo en público. Todos podemos ser pijos en comparación con alguien (esto es una cadena trófica), pero ellos, los que verdaderamente lo son, no parecen verlo así. Y uno no sabe si es mejor que verdaderamente se lo crean o que mientan. Los viejos dilemas de si es peor un inconsciente buena persona o un hipócrita mala gente (prefiero a los primeros, que conste), o, más allá, un cabrón obvio o un cínico taimado.

Por un lado, el lujo silencioso, sea en Nueva York o en Sant Gervasi, permite enviar a tu homólogo señales mudas: es el equivalente sutil del saludo del motero o de los tatuajes carcelarios (un punto, carterista; tres, drogas; cuchillo atravesando cuello, homicidio). Pero tiene otra función, más sutil: quien no entienda el código pensará que puede ser como tú, que no existe el privilegio, que no hay necesidad de hablar de este.

Es así ahora, que se habla de lujo silencioso, y antes, cuando nadie controlaba esa etiqueta. Lo explica muy bien Ignacio Martínez de Pisón en su novela ‘El día de mañana’, en la que un maño pobretón descuida su ropa para infiltrarse en los ambientes antifranquistas de apellidos ilustres barceloneses que visten con gracioso desaliño: “Era un pobre, disfrazado de rico, disfrazado de pobre. Es decir, un pobre”.

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