Los editoriales están elaborados por el equipo de Opinión de El Periódico y la dirección editorial
Editorial
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Sombríos vaticinios nucleares
Los riesgos de escalada bélica en Ucrania han roto el tabú de un posible conflicto con armas atómicas
Nunca desde la crisis de los misiles soviéticos en Cuba (octubre de 1962) se había hablado de los riesgos de una guerra nuclear como se hace en el presente a raíz de los riesgos de escalada en la crisis de Ucrania. El Panorama Estratégico 2023, elaborado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos, coincide con el análisis de otros 'think tanks' en ese cambio de percepción de los peligros que entraña la invasión desencadenada por Rusia, la determinación del presidente Vladímir Putin de instalar armas nucleares tácticas en Bielorrusia y la capacidad de la OTAN de activar una respuesta real y efectiva si se da uno de estos dos supuestos: el ataque contra un socio de la Alianza o un bombardeo ruso en Ucrania con un ingenio atómico de baja potencia. En ambos casos, España sería parte implicada en el subsiguiente agravamiento de la crisis en su condición de miembro de la OTAN y de país directamente implicado en la ayuda dispensada al Gobierno de Volodímir Zelenski.
Puede decirse que se ha roto el tabú de una posible guerra nuclear, el convencimiento de que las armas nucleares tienen como misión única garantizar que nadie puede salir vencedor de una guerra atómica. Desde muy pronto en el teatro de operaciones de Ucrania han menudeado las advertencias hechas por Moscú de que la escalada es posible si la solidaridad occidental con Kiev aumenta en calidad y cantidad más allá de lo tolerable. La situación no ha dejado de degradarse desde que, fracasada la guerra relámpago planificada por los generales rusos, la falta de progresos en el campo de batalla, la contraofensiva ucraniana de otoño, la movilización de reservistas ordenada por Putin, la incorporación de los mercenarios de Wagner y el estancamiento de los frentes han puesto de manifiesto las limitaciones del invasor. Pero también la agresividad de algunas voces cercanas a Putin, como la del expresidente Dmitri Medvédev, paladines de la amenaza nuclear.
Carecer de armas nucleares, como es el caso de España y de la mayoría de aliados de la OTAN –solo las tienen Estados Unidos, el Reino Unido y Francia–, y un eventual ataque nuclear en suelo ucraniano significaría quedar a expensas de la coordinación y capacidad de respuesta de la OTAN, condicionados ambos requisitos por la lectura de la crisis que hicieran las tres potencias nucleares que forman parte ella. La posición de China, contraria a que Rusia recurra a armas nucleares tácticas, deshincha en parte el globo de las declaraciones amenazantes, pero no es menos cierto que un sector del Kremlin muy influyente considera que la alianza estratégica con Pekín no debe condicionar el desarrollo de la guerra en Ucrania.
Parte del léxico acuñado durante la Guerra Fría vuelve a ocupar los análisis de riesgos después de un largo periodo en el que se encauzó la carrera armamentista con acuerdos de reducción de los arsenales que ahora parecen haber perdido vigencia. Mucho más a raíz del ingreso consumado de Finlandia en la OTAN y el plan ruso de desplegar armas atómicas en el Báltico. Una realidad que justifica la multiplicación de los análisis sombríos de futuro a propósito de una crisis en la que Rusia ha perdido en 13 meses más soldados de los que perecieron en Afganistán durante 20 años de ocupación.
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