Gestación subrogada

Risto tiene razón

Ante el asunto de Ana Obregón y su hija/nieta lo importante es la exhibición y mercadeo que se ha hecho de todo, con cifras absolutamente indecentes

Ana Obregón, en una imagen de archivo

Ana Obregón, en una imagen de archivo / Europa Press

Pilar Rahola

Pilar Rahola

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

No tendría que resultar tan simple ni tan fácil tener una posición firme sobre el motivo central del escándalo que recorre la opinión pública, porque la complejidad del tema –que mezcla sentimientos, necesidades, derechos e infancia- se tendría que plantear en términos grises, y no en blanco y negro. Además, hay la espinosa cuestión de la gestación subrogada, que tampoco se puede resolver con planteamientos maximalistas que, partiendo del exceso ideológico, anulan todos los matices. En todo caso, ante la duda, tendríamos que inclinarnos por defender el derecho de todo el mundo a buscar la felicidad, y a hacer lo que crea oportuno para conseguirla, siempre dentro de los parámetros legalmente establecidos.

Así pues, ¿es lógico y cabal tener un hijo a los 68 años? Depende de tantas circunstancias que las respuestas solo sirven para cada caso. Recursos económicos, dimensión familiar, estabilidad emocional, entorno..., todas las variables inciden de manera tan considerable en el hecho concreto que la respuesta genérica es imposible. Ciertamente depende, y en el depende hay un mundo de posibilidades. Personalmente no soy capaz, pues, de saber si la decisión de Ana Obregón, que es la que ha abierto un gran debate público, es sensata o disparatada, justamente porque desconozco las circunstancias que la rodean. Aun así, reconozco que me resulta muy tortuoso todo esto del homenaje al hijo muerto a través de una hija nacida por subrogación, si bien en cuestiones de dolores y emociones es mejor no juzgar a nadie. Al final, cada cual recose los traumas más profundos como buenamente puede y, en todo caso, nunca tendría que ser una mala noticia el nacimiento de una criatura. Pero, ¿hay que hacer de toda esta vitriólica historia una tragicomedia pública?

Porque este es el tema, la exhibición y mercadeo que se ha hecho de todo, con cifras absolutamente indecentes, y es aquí donde algunas críticas, como las formuladas por Risto Mejide, resultan pertinentes y necesarias. Tanto la ostentación impúdica del dolor por la muerte del hijo como la comercialización de toda la historia del nacimiento de la hija/nieta, con el lacrimógeno añadido del homenaje a la persona muerta, me parece un festival pornográfico que, literalmente, se alimenta del negocio que genera el dolor. Risto lo señaló con mucha contundencia: “Si el mercado del morbo sigue rentabilizando la desgracia ajena, si paga estas cantidades ingentes de dinero es porque puede, porque se le deja, y así sigue, atiborrándose siempre con los más débiles- anímicamente y psicológica- a golpe de exclusiva”. Y, como bien dice, por mucho que la responsable de comercializar el dolor es la persona que da la exclusiva, también es el peldaño más vulnerable, de forma que la diana hay que ponerla en la industria que aprovecha estas circunstancias de vulnerabilidad para enriquecerse con el morbo de la gente.

En este sentido resulta sanador el comportamiento de Alessandro Lecquio, el padre/abuelo de toda esta historia, que ha asegurado que se impuso el silencio público cuando murió el hijo, y al que le causa un dolor intenso ver que a cada segundo hablan de él en la televisión: “Me produce tristeza y rabia que mi hijo sea el protagonista de la actualidad”. Es decir, se le ha negado el recogimiento respetuoso y solemne que tiene que acompañar al luto.

Al contrario, este chaval muerto se pasea por televisiones y revistas un día tras otro: sus sentimientos antes de morir, sus escritos, los deseos, la madre mostrando una nueva vida como tributo, la gestación subrogada, los centenares de miles de euros de la portada... Y en medio del festival, todo tipo de debates destripando las voluntades del chico muerto, el estado anímico de su madre, la situación legal del bebé, quién se hará cargo, cómo se hará, cómo quedará el testamento..., haciendo caja día a día gracias al morbo más abyecto.

¿Por qué existe el negocio del dolor ajeno? Porque es lucrativo, porque el producto se compra, porque hay millones de personas que se aferran a la televisión buscando qué cara tiene el vientre que ha gestado a la niña, escuchando si la pequeña tendrá una madre o una abuela, contando los años de vida que le deben de quedar a la mujer... El mercadeo del dolor es nuestro espejo: es uno que refleja nuestra miseria.