El largo verano de las piscinas vacías
El problema no son los melocotoneros de Quimet o la piscina de la señora Paquita en concreto, sino el narcisismo de la especie en su conjunto. Llegó el fin de la abundancia
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Sábado de Gloria, y nada, no hay forma, no llueve ni a tiros, ni aun sacando en procesión a la Mare de Déu dels Torrents. Tampoco surte efecto el mantra de una canción que escucho en bucle desde hace semanas, aquel viejo tema de los Creedence, «I want to know, have you ever seen the rain?». La situación se acerca a un punto crítico. El plan antisequía de Pere Aragonès no ha conseguido adhesiones porque, con las elecciones municipales en puertas, nadie quiere colocarse en el chaleco la estrella sancionadora de ‘sheriff’, aunque, de todas formas, la multas para moderar el uso del grifo no constituyen la solución, sino el chocolate del loro.
Los campos de golf, las fugas en los sistemas de canalización, la afluencia masiva de turistas —solo en Lloret de Mar la población salta de 40.000 habitantes a 150.000 durante los meses estivales—, la inacabada conexión Ebro–Ter–Llobregat y el riego a manta, por inundación, en la mayoría de las explotaciones agrícolas: todos estos factores y el aplazamiento de las decisiones clave suman en un goteo fatal que desborda la ecuación. Y no se trata de una de las sequías recurrentes de la cuenca mediterránea, sino de un fenómeno de mayor envergadura, el impacto del cambio climático, que también está secando los acuíferos subterráneos. La escasez de agua será la norma en adelante.
El mito de Narciso
La proximidad de otro verano tórrido me ha hecho recordar la película titulada ‘El nadador’ (1968), en la que Burt Lancaster, con un físico espléndido a los 55 años, decide volver a su casa a nado y en bañador ‘slip’, a través de la corriente de agua y ginebra helada que conforman las piscinas del condado en hilera. De urbanización en urbanización, de chalet en chalet, atravesando la amargura y el fracaso de la clase media–alta, se zambulle en las albercas de sus vecinos hasta recorrer los 13 kilómetros de distancia hasta Bullet Park. En una de las escenas más melancólicas del filme, se topa con una piscina vacía, donde intenta enseñar a nadar a un niño. Nadar sin agua.
En la peli se pierde la idea primigenia del cuento que la inspiró, el relato homónimo del inmenso John Cheever. En realidad, el protagonista, el hombre llamado Neddy Merryl a quien encarna Burt Lancaster, es un Narciso ensimismado, sumido en una crisis existencial. Ahí radica el meollo del asunto, creo. El problema no son los melocotoneros de Quimet o la piscina de la señora Paquita en concreto, sino el narcisismo de la especie en su conjunto. Llegó el fin de la abundancia. Anoche «todos bebimos demasiado». La resaca global.
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