La superagente Carmen Balcells ya tiene plaza
Una aportación imprescindible a la feminización del nomenclátor
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
A partir de ya, la biblioteca Gabriel García Márquez, en el distrito de Sant Martí, lucirá en sus señas el nombre de Carmen Balcells, con quien la ciudad ha saldado una deuda dedicándole una plaza, en un acto presidido por la alcaldesa Ada Colau y que condujo, en la tarde del viernes, el escritor y periodista Juan Cruz. Mito y añadidura imprescindible la de Balcells en la feminización del nomenclátor de Barcelona.
A buen seguro que la superagente literaria con licencia para matar hubiese protestado por algún pormenor durante la inauguración de su plaza, pero en el fondo le habría encantado el emplazamiento, junto a una biblioteca. Por su amor a los libros («soy una mujer de papel») y, segundo, por su complicidad con el Nobel colombiano, según recordó la escritora y académica Carme Riera en un parlamento cuajado de anécdotas jugosas. Como esta conversación entre ambos:
—¿Tú me quieres, Carmen? —le preguntó Gabo un buen día.
—No puedo contestarte. Eres el 36,2% de la facturación de la agencia.
Y esta nota en verso que le mandó el grandísimo Juan Carlos Onetti, otro de los puntales del ‘boom’ latinoamericano entre 1960 y 1970 : «Te amo, Carmen Balcells, / sea con cheque o sin él. / Mas vibra mi corazón /cuando descubro un talón».
Un antes y un después
Jefaza, atómica, explosiva, mandona, excepcional, hipergenerosa, gruñona, una personalidad fuera de serie. Resulta imposible desligar el nombre de la papisa blanca del descubrimiento y consolidación de aquella hornada de novelistas que cruzaron el océano para deslumbrarnos y convertir la ciudad en capital internacional de la literatura y la edición: Barcelona era el lugar donde había que estar en aquellos años efervescentes. Balcells supuso también un antes y un después en la defensa de los derechos de autor; los editores la temían más que a un nublado, incluido José Manuel Lara Hernández, otro personaje, quien, a pesar del cariño que le profesaba, decía de ella: «Esta cabrona va a enseñar a todos los agentes a ser igual y no nos dejarán vivir» (lo cuenta Riera en la biografía ‘Carmen Balcells, traficante de palabras’).
Fue una tarde apacible la del viernes, con un sol adolescente que jugueteaba con los pinos y los plátanos de la plaza triangular, ubicada en el espacio entre las calles Selva de Mar, Treball y Concili de Trento. Los continuadores del legado de la agente, su hijo, Luis Miguel Palomares Balcells, y su nieta Laura, descubrieron la placa de mármol con su nombre, mientras sonaba ‘Paraules d’amor’, de Joan Manuel Serrat. Al fondo, protestaba un puñado de vecinos de la calle de Perú por la instalación de un carril bici (otro más) que los deja sin aparcamiento. El tetris urbano.
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