Comer bulos, potar bulos
El escepticismo con el que leo ciertas cosas en los medios de comunicación desparece cuando leo ciertas otras cosas, y esto es porque yo, como cualquier otro, tengo mis sesgos de confirmación y mi maldito sentido común
Juan Soto Ivars
Escritor y periodista
Ya se publicó en la edición de papel de este periódico una fe de erratas, y en la versión digital de mi artículo un enlace al hilo de Twitter que desembrollaba la madeja que armé, pero quería dejar aquí por escrito que me comí un bulo y os lo vomité en la cara. En el artículo del domingo pasado di la cifra astronómica de donaciones que las grandes empresas estadounidenses habrían derramado sobre Black Lives Matter. Esta cifra era falsa, además de fantasiosa.
Aunque no tengo excusa, me parece interesante contaros cómo ocurrió. La había sacado de un artículo publicado en 'Newsweek', y ahí sigue, por cierto. La fuente era el controvertido Claremont Institute, afín al ala más radical del trumpismo, pero le di credibilidad. Si uno pinchaba en el “informe” encontraba líneas y líneas con los nombres de grandes empresas, las cifras donadas por cada una y una serie de 'links' que supuestamente remitían a las pruebas. No me molesté en pinchar en los enlaces: todo daba una impresión de seriedad y credibilidad, y al fin y al cabo lo estaba leyendo en un medio solvente. Pero sí lo hizo el periodista de EFE Luis Lidón, quien, sorprendido por la cifra desorbitada que estaba ofreciendo y armado de un escepticismo que yo hubiera tenido que conservar, descubrió enseguida que los enlaces no mostraban ninguna prueba de esas donaciones. Todo era un inmenso bulo: un titular escandaloso, un texto aparentemente informativo y luego, una vez que ibas al estudio del Claremont Institute, ni una sola prueba: una fachada diseñada para que un primo como yo se la tragara, como ocurrió.
El momento de descubrir que has metido la pata siempre es desagradable. Pero pienso que tragarse un bulo siempre te coloca en cierta forma ante un espejo sin filtros embellecedores: el escepticismo con el que leo ciertas cosas en los medios de comunicación desparece cuando leo ciertas otras cosas, y esto es porque yo, como cualquier otro, tengo mis sesgos de confirmación y mi maldito sentido común. Quizás sean los enemigos más poderosos de quien quiere ver las cosas como son. Es un aprendizaje que le agradezco al momento vergonzoso.
Hay quien cree que lo mejor en estos casos es fingir que no ha pasado nada o en todo caso disculparse con la boca pequeña. No estoy de acuerdo: cometer un fallo como este es una buena ocasión para reconocerlo y recordar al lector, a quien se le debe un respeto, que uno no es infalible. ¡Ya lo siento!
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