Artículo de Rafael Vilasanjuan
Las calles francesas
Lo que hay detrás de una reclamación particular es el descontento general de la población, que ha salido de una crisis de salud con muchas secuelas, se ha metido en otra por la que hay que financiar armamento, mientras sube el precio de lo más básico y la inflación en cambio deja exiguos los salarios
Rafael Vilasanjuan
Periodista
A Francia le gusta la calle. Desde la revolución las manifestaciones y revueltas se repiten cada vez que algún dirigente pretende ignorar que los valores de la Republica se forjaron en las calles. Es difícil encontrar un presidente que no haya tenido al menos una protesta seria que amenace su mandato con multitudes saliendo de sus casas a recuperar la memoria olvidada de dónde reside el poder.
A De Gaulle la calle le estalló en mayo en el 68 hasta poner en riesgo el sistema. Le siguieron gobiernos socialistas como el de Mitterrand, un rey sin corona que también comprobó como millones de personas le retaban públicamente y Chirac se vio obligado a declarar el estado de emergencia por las revueltas urbanas. Todos y cada uno de los presidentes de la V República han tenido su réplica en barricadas callejeras. Tras los chalecos amarillos, a Macron le llega ahora esta segunda oleada, más numerosa, crítica e incierta porque el rechazo a la reforma de pensiones tiene difícil solución.
¿Queremos vivir más, jubilarnos más pronto y pagar menos a las arcas públicas? La ecuación está a la altura de la ilusión de levantar los adoquines en Paris para descubrir si debajo había una playa. Pero las protestas se van a prolongar, porque lo que hay detrás de una reclamación particular es el descontento general de la población, que ha salido de una crisis de salud con muchas secuelas, se ha metido en otra por la que hay que financiar armamento, mientras sube el precio de lo más básico y la inflación en cambio deja exiguos los salarios.
En Francia además la fractura social crece entre el centro de las ciudades, controlado por los hijos de la burguesía autóctona y los suburbios. La furia va más allá de las pensiones, lo que está en juego es saber si una sola persona, el presidente, puede tomar todas las decisiones o si hay que cambiar el modelo de República. Con el parlamento prácticamente anulado, hoy la democracia francesa entrega el poder casi de manera autocrática al presidente, de forma que el único poder alternativo es la calle.
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