Ágora

El exilio interior

Nos esforzamos por hacer todo lo que exige la rutina diaria. Pero no estamos donde tocaría. Siempre estamos dentro

La escritora Mercè Rodoreda.

La escritora Mercè Rodoreda. / EPC

Anna Pagès

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Participo del curso organizado por la Acadèmia La Central, la librería de la calle Mallorca, sobre las palabras de las mujeres durante la guerra. Liderado por la escritora Alba Sabaté, siempre dispuesta a encontrar historias, somos un grupo de personas interesadas por este tema. Leemos, al pie de la letra, fragmentos de dietarios y de cartas de mujeres anónimas que escribían sobre sus experiencias diarias en tiempos convulsos. Algunas simplemente querían dejar constancia del momento vivido y dar ánimos a los maridos, padres o hermanos que luchaban. Son crónicas de proximidad: las colas por la comida, las patatas, los 'espigalls', el conejo que cocinaron un día, la familia y los vecinos, los partos y los bebés acabados de nacer que quizás un día serán huérfanos.

Aprovecho también para releer la correspondencia desde el exilio entre Mercè Rodoreda y Anna Murià, editada con delicadeza por Blanca Llum Vidal y por Maria Bohigas. Para Rodoreda y Murià, mujeres de una inteligencia clavada en el mundo, siempre en contacto con una realidad increíble, la del peligro constante y el exilio, escribir se convierte en una forma casi perfecta de sentarse al lado del camino y mordisquear un pedazo de galleta que quedaba en el fondo del bolsillo. Formalizar una experiencia límite, las minucias de una existencia repleta de hechizos inverosímiles, que van desde la pasión y el enamoramiento hasta la contemplación de los desastres concretos de la guerra, se convierte para ellas en una salida viable en la vida que pasa. En esta correspondencia leemos un tiempo: el instante de sobrevivir y empezar nuevamente. Para nosotras, mujeres de la pospandemia, que vivimos la guerra de los otros por los medios de comunicación y las redes sociales, cómodamente estremeciéndonos a distancia, la singular peripecia de estas escritoras nos sobrecoge. Cuando salieron juntas hacia Francia, en el bibliobús de la Institució de les Lletres Catalanes en 1939, no podían saber realmente donde iban. Más allá de la frontera de El Pertús, preservaban para sus adentros otra frontera, que construimos cuando usamos las letras de la lengua de una manera diferente, útil para explicar lo que queda más allá de los límites de la representación. Por eso la literatura se convierte, para quien la vive y la escribe, en un exilio interior. Somos nuestros adentros, sin conocer del todo este lugar donde vamos cada día un poco. Nos esforzamos por hacer todo lo que exige la rutina diaria. Pero no estamos donde tocaría. Siempre estamos dentro. Dice Eva Piquer, en 'Aterratge', que esta palabra le sirvió como metáfora para decir esto del fondo de todo.

A veces, hay chicas estudiantes que viven escondidas. Las lágrimas les bajan como riachuelos por las mejillas rosadas. Desconocen el exilio interior. Solo han visto el vacío de la carcasa, como cuando aplastamos un escarabajo y hace aquel 'crac' en el suelo. Están en guerra consigo mismas. El exilio interior necesita un andamio. Quizás si les pudiéramos mostrar la frontera que abre la escritura podrían decir sí a la vida, como hicieron un día Rodoreda y Murià en un texto valiente de letras amigas.