Putin, entre Pinochet y Milosevic
La orden de arresto del TPI por la deportación de niños ucranianos
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
Aquel 16 de octubre de 1998, nadie, nadie, esperaba que Augusto Pinochet fuese detenido en la London Clinic, atendiendo a la orden internacional de arresto y extradición emitida la víspera por la rapidez de reflejos del juez Baltasar Garzón, en el marco de la operación Cóndor. Pinochet, que por entonces era senador vitalicio en Chile, creía gozar de inmunidad diplomática y dio un paso en falso. Su error: haber viajado en visita privada (a operarse de la columna vertebral) y sin notificarlo a las autoridades británicas. Si bien al final el dictador chileno falleció en 2006 sin haber sido condenado por delito alguno, su arresto en Londres sentó jurisprudencia sobre los crímenes de lesa humanidad, cuando la Cámara de los Lores resolvió que no gozaba de inmunidad y, por tanto, podía ser juzgado. Un dictamen altamente simbólico. ¿Y con Putin?, ¿qué sucederá con Vladímir Vladímirovich? Impertérrito, ha visitado Crimea para conmemorar el noveno aniversario de su anexión.
El Tribunal Penal Internacional (TPI), con sede en La Haya, ha emitido una orden de detención contra él por su presunta responsabilidad en la deportación a Rusia de niños de corta edad y adolescentes ucranianos, procedentes de los territorios invadidos (las cifras bailan según la fuente). Aunque el mundo se ha achicado para Putin, se hace difícil imaginar que el arresto se materialice: Rusia rompió la baraja del tratado fundacional del TPI, el Estatuto de Roma, en 2016; China, su principal aliado, nunca lo suscribió (tampoco Estados Unidos) y dudo que alguno de los países con los que Moscú mantiene buenas relaciones —Tayikistán, Venezuela, Brasil— se atreva a sacar el lazo en un eventual viaje de Putin. Sin detención, no hay proceso. Solo queda, pues, una segunda opción: el cambio de régimen.
Manipulación y asfixia
Sucedió con Slobodan Milosevic, el expresidente de Yugoslavia, en 2001, cuando el primer ministro de entonces agachó la cabeza acatando la orden de extraditarlo a La Haya, en el contexto de un delicado equilibrio de poderes en la posguerra y a riesgo de perder una buena tajada de ayudas económicas y préstamos de EEUU, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Manipulados, asfixiados o en el exilio, parece poco probable que los rusos desbanquen a Putin, a menos que la muerte siga llamando a la puerta de casa, con un hijo o un esposo metido en el ataúd de zinc. Al parecer, Rusia se dispone a ampliar el servicio militar obligatorio.
En paralelo, solo cabe depositar la esperanza en un espejismo: que surta algún efecto el plan de China para buscar una salida al conflicto.
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