Artículo de Andreu Claret

Súria: la mina que cambió un pueblo

Este último accidente tenía que haberse evitado. Iberpotash, el actual propietario de la mina, debe adoptar las medidas oportunas para que esta tragedia no vuelva a producirse

Homenaje en Suria a los geólogos fallecidos

Homenaje en Suria a los geólogos fallecidos / Oscar Bayona

Andreu Claret

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No todos los habitantes de Súria trabajan en la mina o viven de ella. Pero la mina es el latido del pueblo desde que se descubrió que en sus entrañas había potasa, y esto explica el impacto del accidente que ha acabado con la vida de tres jóvenes en el pozo de las Cabanasses. Aunque no fueran hijos de Súria, su muerte ha traumatizado a una población que lleva la mina en el recuerdo y en el alma desde principios del siglo XX. Desde entonces, la mina lo es todo, para bien y para mal. Cuando mi abuela, que vivía en el viejo pueblo amurallado, vio llegar a los extranjeros que horadaban la tierra para extraer la potasa, advirtió de que las montañas no las había concebido Dios para que los hombres las manosearan a su antojo. Los dueños de la mina eran entonces belgas de la multinacional Solvay y aportaron un progreso que mi padre y alguno de sus hermanos supieron captar. Súria vivió una revolución que cambió muchas mentalidades y que abrió el pueblo al mundo, empezando por un tren que permitió alcanzar Manresa sin el trajín de los carruajes. Muchos jóvenes aprovecharon aquella sacudida para empezar a creer en el progreso y en una vida mejor.

La Solvay era una empresa singular, liderada por un hombre hecho a sí mismo que fue precursor de los derechos laborales. Si su introducción de una suerte de seguridad social en sus empresas constituyó un acontecimiento en Bélgica, en la comarca del Bages supuso una conmoción. Sobre todo, si se comparaban los avances de los que gozaban los mineros con las condiciones de trabajo que imperaban en las fábricas textiles, donde mujeres y niños permanecían atados a los telares y a las colonias de sus patronos en condiciones lamentables. Aunque fue el primero en conceder la jornada de ocho horas, incluso antes de que los trabajadores de Catalunya la impusieran con la célebre huelga de la Canadenca, Ernesto Solvay no resolvió todas las demandas de los mineros, ni pudo evitar que estos lideraran las revueltas anarquistas que encendieron las cuencas del Cardener y el Llobregat en los años treinta. Tampoco supo impedir que algunos accidentes marcaran con trágicos hitos la historia de sus minas, aunque la seguridad aumentó hasta el punto de que estos accidentes empezaron a ser una excepción.

Con los medios que existen hoy para auscultar los caprichos de la montaña, este último accidente tenía que haberse evitado. La seguridad en las minas ha aumentado drásticamente en los últimos años. Ya no estamos a mediados de los setenta, cuando una explosión de grisú mató a 30 mineros en Fígols, en lo alto de la cuenca del Llobregat. Iberpotash, el actual propietario de la mina de Súria, debe dar una explicación convincente y sobre todo debe adoptar las medidas oportunas para que esta tragedia no vuelva a producirse. Ya no estamos en 1912, cuando mi abuela veía la montaña sometida a los antojos divinos. Hoy la tecnología permite saber si las imponentes galerías de las minas de potasa están en condiciones de ser transitadas sin poner en riesgo la vida de los mineros.  

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