La espiral de la libreta | Por Olga Merino

La arquitectura invisible de la vida cotidiana

«La felicidad está en la rutina». O algo así. Una frase de Kierkegaard

¿Te gusta leer? Estos consejos de los ópticos pueden ayudarte a cuidar tus ojos durante la lectura

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Olga Merino

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Llevo tres semanas sin dar pie con bola, desde que me dio un jamacuco por culpa de un medicamento, y los días se me comen por los pies, empezando por el artículo, la columna que atraviesa la jornada como un pincho moruno. Escribo con una especie de telaraña neblinosa en la cocorota. Pretendía sacarle hoy punta a una frase de una entrevista con la escritora canadiense Margaret Atwood, la autora de ‘El cuento de la criada’, una sentencia clarividente que dice: «Tras la caída del muro de Berlín, el mundo se fue de compras». Lo del final de la historia era un cuento chino, pero no me dan la cabeza ni el espíritu para tirar de la hebra. Se me volcó la balsa, y no encuentro el remo.

Chéjov y Dostoyevski

Fui al médico, la última paciente en su lista de visitas. Un hombre generoso, profundo, metódico. El doctor Saura se parece a Chéjov y lleva a Dostoyevski en el bolsillo, un librito traducido por Miquel Cabal, ‘Manyaga’. Tras quedamos solos en la consulta con la telefonista, se enhebra una charla que deriva, sin saber bien por qué hacia las cosas pequeñas de la existencia, a cómo afronta cada uno la batalla.

Se me grabó una idea del doctor: «La felicidad está en la rutina», o algo así. Una frase de Kierkegaard. Entendida la felicidad como un estado de sosiego, sin alharacas ni fuegos artificiales. Me quedé pillada. De vuelta a casa, busca que te busca, encontré que el viejo Aristóteles ya había reflexionado sobre el asunto: «Somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, pues, no es un acto, sino un hábito». En un fogonazo de luz, comprendí: lo que me tiene atontolinada no son tanto las servidumbres del cuerpo —ya vamos repechando la cuesta—, como la voladura de los palos que sostienen el sombrajo del día. Saltó por los aires la arquitectura invisible de lo cotidiano.

Segunda lección

Montones de wasap y correos electrónicos por contestar. Citas y compromisos cancelados. Ni una caminata. Un calabacín pocho en la nevera (hasta el día asignado a las compras se ha venido abajo). Dinamitadas también esas primeras horas del día consagradas a la lectura o a garabatear las cosas de uno. Bum. Incluso los deseos más acuciantes mueren de inanición si no se los alimenta.

Lección aprendida: los hábitos ayudan a vivir.

La segunda vino en el programa que le dedicó Jordi Évole a Maruja Torres el domingo pasado, donde la veterana periodista dijo: «El dolor que te proporciona la vida hay que llevarlo con la correa corta y conseguir que te lleve el paso». Y luego, la gente, claro, porque la vida, si no es congregación, no vale la pena.

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