Limón & Vinagre | Artículo de Josep Cuní

Víctor Manuel contra el adanismo

Nos ha contado su vida a través de las letras de sus canciones. Las interpretadas por él o por Ana Belén, la cómplice para quien ha compuesto aquello que sabía que él no podría interpretar porque precisaba de otra voz

El cantante Víctor Manuel, en 2022

El cantante Víctor Manuel, en 2022 / laura guerrero

Josep Cuní

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La vida no siempre fue en color. Por lo menos en este país. Un detalle que a veces se les escapa a los proclamadores de la nueva verdad revelada. Aunque de nueva tenga poco y su epifanía enmascarada también arrastre largas sombras totalitarias. Esta es la parte opaca del discurso de quienes cuestionan la Transición que no vivieron. Que no quieren saber que hubo un tiempo en el que había que pedirle al marinero que hablara del mar porque desde muchas ventanas el mar no se veía. Y sin la luminosidad del agua de un nítido amanecer, sin el centelleo púrpura de las escamas dibujadas en su superficie, su inmensidad se convierte en amenaza y el horizonte se empaña de nieblas e incertidumbre.

Todo esto lo saben, lo sabemos, quienes lo vivimos aunque fuera tarde y mal. Quienes aprendimos el significado real de las metáforas de las que se nutrían la literatura y las canciones. Eufemismos que los abuelos castigados utilizaban para entenderse sin decir, para comunicarse sin temer. Mensajes a la búsqueda de emociones escondidas y sentimientos ocultos. Espejos que reflejaban las auténticas frustraciones de quienes se miraban en ellos. Pero, como quedó escrito en el Eclesiastés, hay un tiempo para todo. Y hubo que esperar que fuera transcurriendo la época lenta, gris, insípida y tediosa para emprender la rápida, luminosa, sabrosa e interesante que la siguió. Y de aquellos polvos, los lodos de la actual. Tan apresurada como, a veces, decepcionante. Tan impaciente como con frecuencia intolerante.  

Aquel largo mientras tanto se edulcoraba con una radio que acompañaba al ritmo de melodías no siempre tan vaporosas como se ironizaba. Y una única televisión que entretenía en base a los cánones morales tan estrechos como las 625 líneas que la hacían posible. En estas fuentes bebió Víctor Manuel San José Sánchez (Mieres del Camino, Asturias, 7 de julio de 1947). 

Al futbolista temprano le gustaba la música y se entretenía con la armónica. Pero como quería cantar el instrumento obstruía. En la escuela imitaba a Joselito, el niño prodigio, pequeño ruiseñor, nacido cuatro años antes y cuya fama alentaba a seguir los caminos de aquella 'Campanera' ante la que se paraba la gente “no más la ven pasar”. En estas, un tío le regaló la primera guitarra y fue soltando amarras. Se marchó a Madrid para ganar unas perras y poder regresar al pueblo y montar un bar. La melancolía le sirvió de inspiración actuando de telonero de otro mito de la época. Y así fue como el 'Soy minero' de Antonio Molina transitó hacia el “abuelo picador con olor de pólvora mojada y el sabor del carbón mientras picaba”. 

Todo lo que vino después está cantado. Porque Víctor Manuel nos ha contado su vida a través de las letras de sus canciones. Las interpretadas por él o por Ana Belén, la cómplice para quien ha compuesto aquello que sabía que él no podría interpretar porque precisaba de otra voz, otra fuerza, otro destino.  

Escucharle hoy, recopilado y actualizado, subido al escenario de su tour de aniversario, es reconocer que el tango tenía razón. Que 75 años no son nada, pero sin el miedo del encuentro con el pasado que vuelve para recordarle al adanismo rampante que siempre hubo y habrá un ayer. Y que la dignidad pasa por asumirlo y entender que toda evolución necesita de una transición. Como la suya.                    

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